RECUERDOS DE LARACHE, POR CARLOS GALEA

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Carlos Galea me ha ido enviando algunos escritos en los que hace pequeños retratos de sus años en Larache. Como son retazos cortos, pero intensos, me ha parecido bien agrupar dos de ellos y colgarlos en el blog como si fuesen fogonazos de la memoria. Seguramente muchos de los larachenses que pertenecen a su generación recuperarán también ciertas imágenes de entonces, y hasta les haga recuperar sus propios recuerdos. De nuevo Larache, sí, como algo inevitable que nos acompaña permanentemente, que nos visita a hurtadillas cada noche, como lo hace seguramente con Carlos.

Sergio Barce, abril 2013

Carlos Galea, Rosendo y las dos Africas, junto a otras chicas
Carlos Galea, Rosendo y las dos Africas, junto a otras chicas

 

LA ESCUELA FRANCESA

En el curso escolar siguiente a nuestra llegada de Francia, mi hermano Manolo y yo fuimos admitidos en la Escuela de la Misión Cultural de esta nación en Marruecos. Estaba ubicada en aquel entonces en una calle que bordeaba el Balcón del Atlántico, saliendo de la plaza de España. Años después la trasladaron a un hermoso chalet situado en la avenida del “Generalísimo”, frente al Palacio del Raisuni, Bajá de la ciudad.

Era bastante difícil ingresar en ella, pero mi madre lo consiguió porque el director, “Monsieur” Louis Albisson, fue muy sensible a la situación política y económica de nuestra familia. Consideró favorablemente muestra reciente estancia en Francia, precisamente en la región de la Champagne, donde él luchó contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial del 14/18, según me contó años después, mostrándome una gran cicatriz que tenía en el cuello, ocasionada por un tajo de bayoneta recibido en un combate cuerpo a cuerpo. Además mi hermano y yo teníamos algún conocimiento oral del francés, aunque en la escuela de la Colonia de refugiados españoles donde estuvimos en Francia sólo nos enseñaron el español, y fue el idioma utilizado exclusivamente por los niños y mujeres de la misma, en un afán de no perder nuestras raíces.

La escuela era mixta, un adelanto para una época durante la cual la enseñanza nacional católica separaba netamente a los niños de las niñas en los colegios. Además muchos de los alumnos eran judíos, incluso una de las profesoras, “Madame” Benasuli, era de esta confesión. La profesora de español, “Mademoiselle” Margot Omar, católica, apostólica y romana.

Escuela Alianza Francesa - foto de Fran Morales
Escuela Alianza Francesa – foto de Fran Morales

Se impartía una enseñanza laica, de acuerdo con la Constitución de la República Francesa, y se cumplía escrupulosamente la prohibición de enseñar cualquier religión.

Los musulmanes tenían otra escuela de la Misión Francesa solamente para ellos cerca de la Plaza de la Argentina, reservada a los varones de acuerdo con los preceptos del Islam.

En mi querida Escuela Francesa, de la que guardo un recuerdo imborrable, y a la que nunca estaré suficientemente agradecido, conviví con gentes de otras razas o etnias y religiones diferentes, y sin duda esto marcó mi futuro comportamiento en la sociedad.

Aprendí desde muy temprana edad a no ser racista, a conocer y respetar costumbres diferentes a las mías, a tolerar creencias que no compartía pero no me impedían tener amistad con mis condiscípulos y sus familias. A ello contribuyó mi madre, había llegado a Larache en 1914, con siete años de edad, hablaba correctamente y con buen acento el árabe vulgar, y conversaba con los hebreos en “jaquetía”, un castellano arcaico conservado por los sefarditas expulsados de España en 1492. Estaba muy acostumbrada a convivir con judíos y musulmanes, quienes la trataban como a una igual.

LARACHE - Faro de Punta Nador
LARACHE – Faro de Punta Nador

 

EL CAMPO TORRILLA

Era un gran llano de arena, se extendía en dirección sur hasta el bosque de pinos de “Los Viveros”, al este hasta el barrio “El Relojero” y al oeste el barrio de Nador, formado por numerosas casas de prostitutas a las que iba la tropa de los cuarteles cercanos. El norte del llano estaba limitado por las últimas casas del barrio de Las Navas, entre ellas la de mi familia, y la fuente pública. Entre éstas, abundaban las plantas bajas con huertos, árboles de sombra, higueras, melocotoneros, limoneros y naranjos. El huerto de Papá Quico, el patriarca de los “Mangurinos”, era la principal víctima de los pequeños hurtos de frutas de nuestras pandillas. A pesar de su continua vigilancia, no podía evitar nuestros asaltos frecuentes, sobre todo a la gran higuera, cuyos frutos recogíamos desde fuera de la tapia con largas cañas.

En aquel llano se celebraban los encuentros de fútbol, tanto de los jóvenes del barrio de Las Navas como de los otros barrios cercanos. Se jugaban los partidos de las ligas escolares y tenían también lugar competiciones de atletismo entre equipos de todas las escuelas, incluso el del elitista Colegio de los Maristas.

Equipo del Barrio de Las Navas - foto tomada del blog de Houssam Kelai
Equipo del Barrio de Las Navas – foto tomada del blog de Houssam Kelai

Era asimismo el teatro de nuestras guerrillas con hondas y tirachinos contra los jóvenes musulmanes del barrio “El Relojero”, donde eran muy numerosos, no así en el nuestro. Los enfrentamientos eran frecuentes en algunas épocas, pero luego la situación se estabilizaba sin llegar a la paz definitiva, y se llegaba a un acuerdo tácito para la utilización conjunta del Campo Torrilla. Hasta que por cualquier incidencia se volvía a romper.

Desde luego los partidos de fútbol entre los dos barrios rivales terminaban siempre a pedradas. En honor a la verdad, los de Las Navas no éramos unos angelitos. Una vez el equipo de los Maristas nos ganó un partido por un gol, no justo a nuestro parecer. Los hicimos correr seguidos por las piedras lanzadas con nuestros tirachinos, no respetando ni tan siquiera a sus acompañantes, profesores con sotanas.

También se producían enfrentamientos por otros motivos. Cierto día estábamos un pequeño grupo de niños españoles recogiendo las ramas de un gran ficus podado en el huerto de la casa de “la Plomera”, para construir una cabaña. Apareció un grupo más nutrido de niños musulmanes del “Relojero”, y algunos de nuestro propio barrio, y empezaron a quitarles a los más pequeños de los nuestros las ramas recogidas. Intervenimos los mayores para impedirlo y se entabló una pelea a puñetazos entre las dos pandillas. En el código de honor de estas peleas estaba prohibido atacar a traición por la espalda o utilizar objetos contundentes, aparte de los tirachinos y hondas en las guerrillas a distancia.

Andaba yo dando y recibiendo mamporros cuando, al volver la cabeza hacia atrás intuyendo una agresión por la espalda, recibí un fuerte golpe en el ojo derecho, propinado con una gruesa rama por uno de los contrincantes. Me eché una mano al ojo herido y lancé contra el traicionero agresor mis peores insultos. Mi subida de adrenalina fue intensa, cogí un pedrusco del suelo y lo lancé contra la cabeza de mi atacante, quién, ante mi furiosa reacción, había retrocedido asustado. Afortunadamente la pesada piedra no le golpeó en el cráneo, lo hizo entre la oreja y el hombro, y lo derribó a tierra, donde quedó inmóvil.

Aquella violación del código de las batallas infantiles paró la lucha, los musulmanes soltaron las ramas y se marcharon dejando tirado en el suelo y sin socorrerlo al que yo había derribado. Éste, al cabo de unos minutos, se levantó y se alejó doliéndose del golpe recibido.

Mi ojo derecho no me dolía mucho, pero se hinchó y se puso negro durante varios días. Lo peor fue la bronca de mi madre al verme aparecer en tal estado, aunque cuando se le pasó el enfado me alivió el ojo dañado poniéndome encima un filete crudo atado con un pañuelo.

Una vez pasados los momentos de furor, recapacité y no me gustó lo que había hecho, porque podía haber matado a un niño como yo, y no me quedé tranquilo hasta que lo busqué y le pedí perdón. No me fue difícil encontrarlo porque vivía no lejos de mi casa, y ya lo conocía de vista. Era muy tímido y solitario, nunca había tenido conmigo el menor roce, y siempre me he preguntado a qué vino su traicionero ataque por la espalda. Materia de psicólogo o de psiquiatra la explicación de este sorprendente comportamiento.

Carlos Galea

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7 respuestas

  1. Amigo Carlos,
    Creo que has confundido la Alianza Israelita Universal (que creo nunca estuvo en el Balcón del Atlántico, sino quizá por la calle Real) con el colegio francés. En la AIU sí enseñaban religión, o al menos hebreo, momento en el que a los que no éramos judios nos permitían irnos de clase.
    La escuela francesa estaba más arriba en la avenida, y la aAianza, la de la foto, enfrente del jardin de las Hespérides.
    Aprovecho esta ocasión para dejar mi testimonio con respecto a este colegio, en el que estudié un par de años siendo una niña y sin embargo conservo un recuerdo nítido de lo feliz que fui estudiando allí. El director era Don Elías Fereres, a quien recuerdo con mucho cariño, así como a otros profesores como Mme Camila, Mme. Perla, M. Medina, y amigas como Bella y Sol con las que estoy en contacto gracias a FB. Saludos a todos, africanos (como dice Semanué)

  2. De las batallas no me puedo acordar porque yo no vivía en las Navas pero del colegio francés si me acuerdo porque allí fui en mis primeros años. El mismo año que lo pasaron a la avenida cambié yo al Patronato PACO

  3. Muy hermoso lo que escribe Carlos Galea… «desde temprana edad aprender a no ser racista, a conocer y respetar las costumbres diferentes, a tolerar creencias no compartidas pero que no eran impedimento para tener una amistad…»
    Ahí radica el secreto, desde muy temprana edad nuestro aprendizaje marcará nuestra forma de comportarnos en la vida, de entregarnos y de recibir a los demás sin diferencias, pero con total predisposición al entendimiento y al respeto mutuos.
    ¡Con Larache y Marruecos en el corazón!

  4. Si algo mos enseño nuestra querida Larache, que fue mucho, la tolerancia y la buena convivencia fue una de las mas atractivas, algo que debemos transmitir a los nuestros y a los ajenos.

  5. Mi padre vívia con sus hermanos en el Relojero. Diez hermanos. MI abuelo tenía sus cabras y su huerto y mi abuela vendía retales. Ya vez ustedes, el paraiso de Larache, un tiempo que pareciera imposible pero muy real en una España devastada donde una familia de gitanos vivía feliz y en abundancia entendiendo por abundancia no pasar ninguna penalidad. Ninguna

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