Relatos de vinilo, cinta magnética y celuloide (Espai Literari – Barcelona, 2014) de Juan Pablo Caja es un libro que recoge, según me escribe el propio Juan Pablo en la dedicatoria del ejemplar que me ha enviado, “…esta vieja colección de cintas de cassette de dióxido de cromo…”.
Hay un poso de nostalgia en esta recopilación de relatos cortos, de relatos muy cortos y de micro relatos, una nostalgia muy bien llevada por ese permanente y sutil humor con el que Juan Pablo Caja escribe sobre algunos episodios de la adolescencia, de los amigos o, y este es el grueso principal del libro, sobre música, cine y publicidad. Y es que es fácilmente reconocible al autor de Intermedio (2003) y de Cerveza caliente (2010) precisamente porque en general te hace sonreír con sus matices y sus quiebros inesperados.
Historia de miedo
Tres de la madrugada. En un piso normal de una ciudad normal, una familia normal está durmiendo. Tres de la madrugada y un minuto: empieza a sonar el teléfono.
Le bastan tres líneas para crear un clímax de suspense y, a la vez, un buen relato de humor.
Juan Pablo Caja es un excelente narrador. Cuida al detalle cada texto de los que conforman este libro, en el que se reúnen muchos de los relatos que ha escrito durante años. Como esas viejas cintas de cassette, contienen en su interior un cierto aroma a otro tiempo más ingenuo y quizá más atractivo.
Lo mejor de este libro es que hallas historias sorprendentes, llenas de música, de ritmo, de música country y de jazz, de proyectos de anuncios increíbles, de historias imposibles, incluso de historias con evidentes ácidas críticas a nuestra sociedad deshumanizada. Pero ya digo que siempre hay un toque de ironía inteligente.
Los relatos que rezuman nostalgia me son muy cercanos tal vez porque somos de la misma generación (Juan Pablo Caja es del 63, yo del 61, qué son dos años de diferencia a estas alturas, digo yo), nostalgia que consigue retratar de una manera minimalista, como hace en este hermoso y sencillo cuento titulado Septiembre.
Septiembre
La primera vez que conduje una Vespa puedo recordarla con cierta claridad. No me atrevería a decir que perfectamente en lo que respecta a los hechos, pero sí, por lo menos, en lo que se refiere a las sensaciones. Para empezar a explicarme, en aquella época no se llevaba casco. No era obligatorio, y para circular por la ciudad en una Vespa setentaicinco centímetros cúbicos a nadie le parecía importante ni necesario. El aire de septiembre, de una calidez atemperada por las breves tormentas de fin de verano, estaba tan cargado de humedad como en cualquier otro momento del año en Palma, pero era una humedad que lo hacía más fresco que sólo unos días antes, en agosto, y se sentía pesado en la cara, en el cuello, en el pecho, en el frontal nada aerodinámico de aquella vespita de color azul metalizado con franjas blancas, una gruesa y una fina, decorando el abdomen aguijado, pintadas sobre la chapa que cubría a un lado la rueda de recambio y al otro lado el motor que zumbaba dulcemente en aquel crepúsculo de aire espeso, por las calles mal asfaltadas de la Palma de los últimos años setenta. Sin carnet, sin casco, sin problemas. Con mi amiga, la rubia dueña de la moto, de paquete, su pecho apretado contra mi espalda. Y no sé si he dicho ya lo denso, lo escasamente gaseoso que era el aire de Palma aquella tarde. Era septiembre.
Es difícil escoger de entre los relatos más extensos, pero desde ya recomiendo dejarse embaucar por sus páginas, descubrir por qué suena mal el piano del viejo músico o la historia de la cantante de ojos tristes o simplemente pulsar “play” para ver qué ocurre…
Pero no puedo dejar de acordarme de ese relato cortísimo que me ha hecho soltar una carcajada, así que lo vuelvo a leer:
Sensualidad
Ella se puso en pie, me miró sin decir nada, se sonó las narices con un movimiento delicadamente grácil, y, antes de salir andando por el pasillo, me dijo, con su voz grave de mezzosoprano, las palabras más cargadas de sexo que había oído yo en mucho tiempo: “voy a descongelar la carne”.
Simplemente, genial.
De manera que zambullirse en este libro es como darse un chapuzón de buena narrativa, narrativa escrita con precisión de orfebre y con ritmo de guitarra acústica. Para pasar un buen rato leyendo mientras se saborea una jarra de cerveza (que no esté caliente).
Relatos de vinilo, cinta magnética y celuloide ha sido editado por Espai Literari, que además de ser una joven editorial, tiene su punto de encuentro con los libros y la literatura en Barcelona (Gràcia), Librería Espai Literari, en Ramón y Cajal, 45. Para los que tengáis la suerte de estar cerca.
Sergio Barce, agosto 2014
Un comentario
Buena recomendación, Sergio, leer estos cuentos y escuchar atenta y plácidamente cómo suenan.
Ya tuve ocasión de pasarme por Espai Literari aunque… no la suerte de encontrarme con Juan Pablo. Un beso