Antonio Briones, otro escritor bibliocafiano al que traigo a mi blog.
Antonio Briones es el autor de un fantástico (por bueno y por vampírico) relato titulado Sombras del pasado que aparece en el libro Sesión continua, de la Generación BiblioCafé, justo detrás de mi relato, como si se complementaran, porque los dos escribimos para ese libro historias en las que se rezuma la nostalgia por los cines que ya no existen. La diferencia estriba en que mientras mi Cualquier verano está impregnado de añoranza por los días de sesión doble de mi infancia, su Sombras del pasado se adentra en el mundo de la fantasía, en un texto que bien hubiera firmado Poe o Lovecraft. Porque Antonio Briones es un escritor impregnado de la literatura gótica y romántica, del viejo cine expresionista.
En concreto, en Sombras del pasado, hábilmente, mientras habla de la inexorable desaparición de las salas de cine, teje una historia de terror vampírico, sutil, muy, como he dicho, a lo Poe, usando la primera persona como si protagonizara el relato, contando una aventura fantástica dentro de un cine que luego descubre en ruinas, como si el terror no se limitara a la peripecia junto a un Nosferatu fantasmagórico sino que se solapa con el miedo ante su nueva realidad, esa que está preñada de sombras y misterios inexplicables…
Pero para hablar en mi blog de Antonio Briones, como hago siempre, le he pedido un relato inédito, y me ha remitido este titulado Sombra (Cuento de Almería), que, como no podía ser de otra manera, vuelve a los temas que le fascinan como escritor: el misterio, la fantasmagoría, el miedo a lo irreal o desconocido, un toque mágico, el terror gótico trasladado a nuestros días… Curiosamente ambienta su historia en un lugar inicialmente inapropiado para una historia de miedo: Almería y su entorno, un lugar luminoso y alegre. Pero, como en cualquier otro lugar, la noche acecha con su negra oscuridad, y la noche solo puede traer misterio… Ahí es donde actúa Antonio con su hábil narrativa para crear otro relato lleno de intrigas y de sombras inquietantes, siempre sombras…
Y es que Sombras del pasado y Sombra (Cuento de Almería), están escritos como si, junto a Poe, Lovecraft, Bierce, Bécquer y Stoker, Antonio Briones hubiera decidido alejarse del mundo real para seguir caminando con ellos hacia el terreno que se oculta tras las nieblas de la noche… (A este respecto, es importante para comprender todo esto, leer abajo la segunda parte del curriculum de Antonio Briones).
Como decía al comienzo, gratificante descubrir un autor de terror que narra de manera fantástica (por bueno y por vampírico).
Sergio Barce, julio 2014
SOMBRA
(Cuento de Almería)
Tomando un café frente al puerto de la ciudad, en una placentera tarde de dulce quietud y abandono, vino a ocurrírseme esta extraña historia que voy a contaros. No es fruto de una realidad que yo observara o se me refiriese, sino simple ficción que si a mí me procuró un buen rato el escribirla, tal vez repita igual sensación en quien la lea…
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Todo parecía haberse torcido últimamente en la vida de aquel hombre que caminaba despacio, un tanto encorvado y alicaído, en dirección a la Alcazaba desde la plaza de la Catedral, a juzgar por la expresión condolida de su rostro y la oculta crispación de sus manos, a modo de pequeñas garras escondidas en los bolsillos de su vieja y amplia chaqueta, a las miradas intrusas, presentidas tras celosías y rejas, que acechaban sus pasos. Dentro de las casas que dejaba atrás en su deambular por aquellas estrechas calles, de puertas y ventanas abiertas, se descubrían entreveladas conversaciones sobre él de las que, impávido y ajeno a cuanto le rodeaba, no alcanzaba a escuchar.
Su aspecto era serio, circunspecto, aunque denotaba una profunda ausencia, y tenía una brizna de tristeza en la mirada, como si algo importante pudiese acabar en breve, desaparecer de su existencia; su caminar quedo, reposado, con un desgarbo marcado que lo hacía singularmente llamativo, se podía observar en las calurosas noches de insomnio atravesando los callejones a la escasa luminosidad de los faroles.
Se diría que a aquel hombre no le importaba cuanto a su alrededor pudiese acontecer, que acaso no le importaba lo que ocurriese en el mundo entero…; que tal vez no le importaba ni su propia vida ni la salvación eterna de su alma… o su condena.
Se le veía por aquellos lugares de la ciudad desde hacía unas semanas, seis o siete tal vez, no más. Casi todos los días y casi a la misma hora, cuando cada anochecer de aquel otoño seco y caluroso se hacía presente sobre cada calle y cada plaza, sobre cada esquina y cada casa de Almería, el hombre de los jeans recosidos y la chaqueta amplia y azulona -a modo de antiguo ferroviario-, por el entorno de la calle de la Reina, de la plaza Vieja, la de Joaquín Santiesteban o San Antón, a los pies mismos de la gallarda Alcazaba y su excelente Torre del Homenaje, antigua y extensa construcción árabe del siglo X, paseaba y paseaba abstraído en sus más profundos pensamientos, aunque en ocasiones giraba alterado sobre sí mismo como si algo imperceptible a los demás lo siguiera o, incluso, lo acosara; algo que lo atormentaba, que lo asustaba sin duda alguna; quizás algún amargo recuerdo; tal vez alguna pena profunda y antigua.
Dicen unos que llegó de fuera, de otra zona de España, de la misma Castilla, pues su acento carecía de la dulzura del de Andalucía, y que vivía no lejos de allí, quizá en las proximidades de las Cuevas de San Joaquín, quién sabe si en alguna oquedad confusa y escondida del terreno. Dicen otros de los que le conocieron que era hombre parco en palabras aunque educado, y elegante a pesar de su indumentaria humilde. Puntan algunos, y en esto llevan razón, que escribía cuentos de prosa delicada y que un avispado director de editorial, allá en la misma capital del reino, muerto ya el autor, los editó en una cuidada y oportuna antología que llevó por título Los escritores vencidos.
Muchas cosas se dijeron y aún se dicen de aquel hombre flaco, muchas; quién sabe si algunas obedecen a una realidad auténtica y no tergiversada, pues tras su muerte se multiplicaron exponencialmente las anécdotas y los decires sobre su persona, hasta no saberse ya con claridad precisa dónde empieza y dónde acaba su leyenda, por esas simples invenciones de los que no tienen mejor ocupación que fantasear, y a veces con malicia, para ir pasando sin desmoronarse del todo su monótona existencia.
Se comentó que podía ser un delincuente que, buscado por la policía en otra región española, se dio en ocultar en Andalucía, en la ciudad de Almería y en alguna cueva abandonada y perdida del entorno de las de San Joaquín. Se dijo que era un afamado escritor que oculto tras otro nombre inventado y otra disuasoria apariencia, hastiado de la fama y el éxito de sus libros, lo abandonó todo para vivir en un tranquilo anonimato y con evidente modestia. Se pensó que su rostro denotaba la tristeza que sólo un terrible desengaño amoroso, para el alma sensible de un artista, podía provocar, y ya se andaba argumentando que aquella mala mujer lo habría empujado, con su deleznable proceder, a abandonarlo todo en busca de un olvido imposible; incluso que tal vez, colmado de ira su corazón por tanto dolor, le habría dado muerte a la infiel, provocando con ello su inmediata huida y su ocultación lejos del lugar de su delito; así pues, en su momento, la policía no lo buscaría por otra cosa que no fuese un crimen pasional.
… ¡Tantas cosas se hablaron sin medida!
Ya se sabe que, cuando el pueblo imagina, un solo grano de tierra puede llegar a ser como en Almería el mismo Cerro de San Cristóbal, con sus murallas incluidas.
Tal vez el hombre triste y desconocido huía de un amor amargo, de un bendito pasado que un día se torció llevándose la felicidad tan lejos de él que jamás podría recuperarla por mucho propósito que de ello hiciese. Pero estaba bastante claro que de algo o de alguien huía aquel flaco individuo que a todos, al parecer, había embelesado con su presencia y con sus silencios.
Aquella noche en que todo concluyó -cuando el sol que había llegado desde más allá de la blancura encalada de San José, del mismo Cabo de Gata tan inmediato, desde mucho más lejano oriente aún, siguiendo la estrecha línea de la costa mediterránea hasta perderse por la mar atlántica adentro, que separan las puntas gaditanas de Gibraltar y Tarifa-, ya no se divisaban los montes pelados y áridos que a espaldas de la Alcazaba y su recinto amurallado, nos informan de un inmediato desierto que yo tanto he contemplado al amparo de una luna sureña y ensoñadora. Aquella noche el silencio era especialmente intenso en aquel pico urbano más occidental de la ciudad. Aquella noche, como casi todas las anteriores desde que llegara, aquel hombre se hizo presente por las típicas y misteriosas callecitas del entorno. Aquella noche parecía que a los farolitos que luchaban contra la negrura del momento, les pudiera faltar la necesaria resistencia como para cumplir su cometido con la deseada y oportuna suficiencia.
¡Ah!, aquella noche habría de deparar un hecho en verdad inexplicable, no tanto por su triste resultado como por las razones aludidas y los comentarios de cuantos por casualidad lo contemplaron, y de aquellos otros que, de boca en boca, luego lo fueron transmitiendo de taberna en taberna, de esquina a esquina de la ciudad aturdida.
Aquella noche os digo, el hombre flaco paseaba como de costumbre, con lentitud y con aflicción cuando, parece ser, algo extraño le previno de forma súbita. Se volvió sobre sí mismo con una rapidez inaudita, insospechada para alguien de las características con que siempre se había desenvuelto a ojos de cuantos lo conocieron. Sobre una deteriorada tapia no lejos de la parpadeante luz de un farol, una negra sombra se reflejaba. Durante un largo rato observó, absolutamente quieto, aquel extraño dibujo de un cuerpo que no pareció reconocer. La luminosidad del farol dejó de temblar y, entonces, la imagen sobre la aislada pared quedó inmóvil, sin titubeo, como dibujada a la perfección sobre la superficie que la delataba.
Se escucharon de la boca del hombre flaco algunas palabras inconexas, incomprensibles, acaso como de reproche, y de su chaqueta extrajo a continuación un enorme cuchillo que escondía. Fue hacia la sombra reflejada en la tapia y, aseguran cuantos testigos lo vieron, apuñaló con saña aquella figura ficticia, aquella refracción surgida del juego de la luz y de la sombra.
Unos pequeños hilitos de sangre -aparecidos sobre la pared delatora- que fueron aumentando de tamaño por segundos, dejaron observar aquel líquido rojo portador de la vida. La sombra oscura, ante el farol que la propiciara, cayó a tierra con el cuchillo hincado en el mismo centro del corazón. Al fin la última y certera puñalada había sido mortal de necesidad.
Sólo en unos instantes la sombra desapareció de la tapia y ni siquiera sobre el suelo quedaba el más mínimo indicio de ella. El cuerpo del hombre flaco, por el contrario, yacía tendido sobre la acera, boca arriba, y a la altura de su corazón el largo cuchillo que le dio muerte permanecía clavado hasta la empuñadura.
Aquel misterioso personaje que había matado su propia sombra en un arrebato, lo que en realidad hizo fue quitarse la vida a sí mismo. La sombra engañosa fue el disfraz que el diablo puso a sus horribles propósitos.
El informe de la autoridad, que aún se conserva en la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía del distrito, concluía sin la más mínima duda al respecto que aquel hecho luctuoso se había tratado de un suicidio, aunque no faltase quien, en su imaginación desbordada, dilucidara que fue la sombra, en lícita defensa propia, la que asesinó al escritor con su misma arma homicida, dándose luego a la fuga precipitadamente hasta perderse en la oscuridad profunda de la noche.
Un libro titulado Los escritores vencidos, antología de aún desconocidos autores, se publicó meses después en Madrid con indiscutible éxito de ventas; en él se encadenan renglones que hablan del amor, de la soledad y de la muerte. El primer relato que puede leerse al respecto, que narra con otras palabras cuanto aquí yo he referido, fue encontrado en uno de los bolsillos de la azulona y vieja chaqueta del fallecido, inconcluso, como el autor lo dejó ante la súbita llamada de la muerte. Ya nunca sabrá nadie cómo pudo haber sido su final; quizá la propia explicación de su suicidio si es que, en realidad, de aquello se trató y no hubo de por medio ánima misteriosa que lo apuñalara de aquella mala manera… Así pues, que cada lector busque el suyo.
… Por el entorno de la Alcazaba almeriense, dicen todavía algunos en la ciudad, que hay noches otoñales en las que se escuchan palabras que nadie dice y que suenan un tanto inconexas e ininteligibles… Acaso el difunto pretenda, a través de un hecho tan imposible como el de su propia muerte, concluir su escrito de viva voz mientras las mediterráneas y azules aguas de la bahía besan una y otra vez la costa, indiferentes a los asuntos de los hombres y sus leyendas urbanas.Antonio Briones Torres
Un comentario
No he podido evitar, Sergio, que leyendo «Sombra» me asaltase, en muchos momentos, el recuerdo de aquel cuento «De tres vidas y otros miedos». También -según tu comentario- «un relato a lo Poe, muy entroncado con las historias de terror o de fantasía gótica…»
Extraordinariamente inquietante el cuento de Antonio Briones. Pero aún más inquietante este renacer de Brions…
Admirables todos los relatos de la Generación BiblioCafé!!
Un beso