Un paseo por la Medina de Larache
Sergio Barce, 2005
Este artículo se publicó en el periódico La Mañana, de Casablanca, en Diciembre de 2005, y en la Revista Alif Nûn y en Marruecosdigital en Enero de 2006. Pese al tiempo transcurrido, cinco años ya, prácticamente nada ha cambiado en sus calles…
El día 13 de diciembre pasado me di un largo paseo por la Medina de Larache, por la Medina de mi pueblo, acompañado de una paisana que, para mi sorpresa, me había pedido ver nuestra ciudad a través de mis ojos. Me pregunté si sería capaz de transmitirle a Hanan todo el cariño que le profeso a Larache y decidí que fuera el destino el que nos marcara la ruta.
Anochecía y hacía un frío húmedo e hiriente. Estuvimos contemplando un rato las obras que se realizan en el Castillo Laqbíbat (conocido también como Castillo de San Antonio o de las Cupulitas), donde, según dicen, se va a construir un hotel respetando la antigua estructura. Nos animó pensar que, al menos, esa parte de nuestra historia se va a recuperar y que el hotel revitalizará la zona y sacará de sus escombros esa construcción que tanto significa para la gente de Larache.
Cada pequeño detalle nos hacía detenernos para observar con detenimiento todo lo que hallábamos. Subíamos desde el puerto, por las callejuelas de la ciudad antigua, oyendo las risas y los juegos de los niños que siempre pueblan sus calles mágicas. Era un paseo agradable porque, aunque sólo nos rodeaba el deterioro doloroso de sus edificios y la ausencia de cualquier atisbo de arreglo de sus heridas profundas, mi amiga y yo sentíamos, sin embargo, la calidez y la cercanía de sus moradores.
Sus empinadas calles, posiblemente las que convierten a esta Medina en la más original y exquisita del Norte de Marruecos, rezuman historia y melancolía.
Nos sentimos observados por los ojos vacíos de los muros casi derruidos de la vieja iglesia de San José, construida en 1901, que hace esquina con el adarve Al-Harti, y por el espíritu indomable de los guerreros que acompañaron al sultán Ahmad al-Mansûr al-Dahabi a la batalla de los Tres Reyes (1578) y que ocuparon la ciudad para levantar los más imponentes castillos de defensa. Parece, quizá para el forastero, que todo esto no es más que pura literatura, pero quien siente de veras la plenitud de Larache, de su vieja ciudad, siento todo esto y mucho más. Hanan escuchaba con atención mis balbuceos, con los que trataba de convencerla de estas impresiones.
Enseguida me di cuenta de que mis palabras eran innecesarias porque ella es larachense y se estaba empapando del paisaje de las calles que había correteado de pequeña. No me fue difícil adivinar, en la profundidad de sus ojos de gacela, un suave fulgor, un casi imperceptible brillo emocionado, que le provocaba el recuerdo inevitable de la imagen de su padre atravesando esos mismos callejones estrechos.
Caminamos, pues, un buen trecho en silencio, simplemente contemplando las casas atacadas por el batir de la humedad incesante y por la desidia de las autoridades locales que, con su silencio e inactividad, han permitido que, poco a poco, Larache se haya acostumbrado a su propio olvido. También el dolor que esto nos provocó a ambos nos sirvió, sin embargo, para querer un poco más a nuestra desdichada ciudad. Subimos por la cuesta del Hammân y llegamos al Zoco Chico, sorteando a los curiosos que trataban de encontrar alguna ganga en los puestos que se extienden a ambos lados del Zoco y que emborronan la belleza de las joyerías, bazares y comercios que sobreviven bajo los soportales. El olor del mar llegaba hasta allí con el suave rumor de los murmullos. De pronto, de uno de esos puestos ambulantes, que ofrecía música variada, estalló, a través de un altavoz, una música estridente que ahogó inmediatamente otros ritmos más agradables.
Nos dirigimos lentamente hasta la bella “Puerta de la Alcazaba”, del siglo XV, recientemente restaurada. Verla de nuevo con sus ladrillos y piedras rejuvenecidas y limpias nos llenó de orgullo y de esperanza, como si fuera una pequeña gota que pudiera contagiar al resto de la vieja ciudad. Sin embargo, traspasarla, llegar a la boca de la calle de los Chorfa, nos hizo ver de nuevo que la realidad de la Medina es menos optimista que nuestros deseos. Efectivamente, nos encontramos con que en la preciosa calle de la Alcazaba, sobre la que la Junta de Andalucía ha actuado de manera sobresaliente, con la restauración del suelo de la propia calle, recuperando las características propias de la vieja ciudad islámica del siglo XV, gracias a esos incomparables pasajes techados de madera, y los trabajos llevados a cabo igualmente en la plaza de la Mezquita Anwar, sin embargo, y pese a las promesas, se ha levantado un espantoso edificio de tres plantas que rompe por completo la estética, el genuino sabor y valor de esa parte del conjunto arquitectónico de la Medina. Un grave atentado, uno más, que se comete en nuestra amada Larache. Y no se escucha una sola voz de queja, como si el destino de Larache se hubiera escrito en una sentencia inapelable. Hanan me miró como si yo pudiera darle una explicación a esa agresión al conjunto y sólo fui capaz de seguir andando, con los hombros algo caídos, preguntándome qué ciudad estaría viendo ella a través de mis ojos, qué impresión podría sacar de mí más que el del desencanto. Pensé, incluso, que había sido un error haber iniciado ese paseo.
Ahogado por esta realidad que está creando la especulación inmobiliaria más salvaje, salí de la Medina a la Explanada del Majzén buscando aire fresco, un lugar donde poder respirar y recuperar las fuerzas y el ánimo. Quería llegar a uno de los lugares emblemáticos de Larache: en esa Explanada se concentran la Mezquita Anwar (s. XV), la Torre del Judío (torre albarrana del mismo siglo), la Casa de la Cultura y Conservatorio de Música (levantado sobre el alcázar original) y la entrada al Castillo Laqáliq, también conocido como de las Cigüeñas o Castillo Al-Fatj. Un lugar que es pura Historia, con mayúsculas, de un valor patrimonial de las que pocas ciudades pueden presumir. Sin embargo, de nuevo, la cruda realidad: mientras nuestra asociación LARACHE EN EL MUNDO trata, por medio de cartas, firmas de ciudadanos y solicitudes, que todo este conjunto se declare Patrimonio Histórico, la Explanada del Majzén se ha convertido en un gran aparcamiento donde aguardan los viajeros que van a tomar el autobús, donde se acumula basura, donde los vehículos de transporte (autobuses y taxis) campan a sus anchas, deteriorando el conjunto, arrasando los jardines que rodean al Castillo Laqáliq y convirtiendo tan extraordinario lugar en lo más ignominioso.
La noche se había posado por completo sobre la ciudad. Yo no quería mirar a Hanan, para que no descubriera en mis pupilas las arrugas de mi rabia ni la sombra de mi desánimo. Sin embargo, la oí decirme, en voz baja: shukram. Entonces sí me atreví a mirarla directamente a sus ojos oscuros, y me dijo que había descubierto en ese paseo la ciudad que nunca había visto antes, la belleza que se esconde bajo las ruinas del olvido y el pálpito alegre de sus muros que sobreviven pese a la ceguera de quienes debieran defender ese patrimonio. Miró a su alrededor y sólo murmuró: qué bonita es nuestra Larache.
Levanté la cabeza y los muros infranqueables del castillo que, una vez, bajo el sultán Ahmad al-Mansur, defendieron al pueblo de Larache, y que, pese a los siglos, sigue ahí en pie, orgulloso, me hicieron comprender que su espíritu sigue inmarchitable, vivo, guerrero, y que nadie va a conseguir hundir a la vieja y orgullosa Medina de Larache. Y pensé también que, después de todo, ero yo quien ahora veía a nuestro pueblo a través de los ojos de Hanan.
http://www.libreria-mundoarabe.com/Boletines/n%BA34%20Ene.06/MedinaLarache.html
10 respuestas
A pesar de lo ruinoso que está Larache, tiene su encanto con su mar y su rio, eso no lo pueden cambiar.
Por supuesto que tiene su encanto, Alejandra. Conozco a mucha gente que no es de allí pero que ha quedado prendada, y no saben explicarme la razón. Lo que sí es seguro es que hay algo especial en ella.
un beso
sergio
El viernes pasado hice lo mismo me levantó temprano por la mañana, empeze mi paseo por el cimenterio hebreo para ver el labor de restauración realizado por Carlos Amselem era algo impresionante, y luego efectuo un recorrido a través la medina empezando por «Bab B’har» pasando por todas las calles estrechas hasta la plaza de liberación antiguamente «plaza de España», habia muy poca gente caminando porque lluvia muy fuerte, pero el mal tiempo no me impedia a gozar de otra Larache que cada uno de nosotros deberia cuidarla cariñosamente….
Qué bien, Abdellatif! Ya me hubiera gustado acompañarte!!
Un abrazo
Tengo que añadir un detalle, he aprovechado del dicho paseo para tomar algunas fotos de cada rincon de la ciudad antigua de Larache, me lamentaba ver la deterioración de algunos edificios, sabiendo que la municipalidad tiene una programa de restauración de algunos según la preoridad, esto me lo comentó el ingeniero cargado de la ciudad antigua, pero solo dio sabra cuando va salir este proyecto para ser realidad…
Muy bonito Sergio. Es verdad que a pesar del lamentable estado de la ciudad y del descuido de las autoridades, Larache tiene su encanto, sobre todo la Medina que me recuerda mi infancia y a la que tengo un cariño especial. Un abrazo
Gracias, María. A mí siempre me ha parecido la Medina más bonita del Norte de Marruecos, y muchas veces me pregunto cómo habría sido Larache si la hubiesen conservado adecuadamente. Seguro que habría sido el destino mayoritario del turismo.
Me alegré mucho de verte en Algeciras. Un beso
Igualmente Sergio. Espero verte pronto en Larache. Saludos
Gracias Sergio me recordo cuando de piba mi abuela paterna me llevaba a visitar a su padre que vivia en la calle Real, siento mucha nostalgia por lo que escribes tu y otros pasisanos sobre Larache. Me llevo este emocionante relato.
Un abrazo
Gracias, Mercedes. Y me alegro de que te emocione de esta manera.
Un beso muy fuerte