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«RAMADÁN EN LARACHE», un relato de SERGIO BARCE

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Aprovechando que el mes de Ramadán llega a su fin,

deseando que haya transcurrido con felicidad para todos mis amigos musulmanes,

escribo este pequeño relato sobre aquellos días en Larache.

 

calle Chinguiti – Avenida Hassan II

RAMADÁN EN LARACHE  

La sirena comenzó a sonar, subiendo de tono muy lentamente hasta alcanzar la nota más alta, se mantuvo unos largos segundos en ese punto, y luego, también muy despacio, se fue apagando como si ya no tuviese aire en los pulmones. Larache se quedó entonces completamente vacía.

El sol apenas se veía ya, ahogándose en el horizonte. Igual que su luz, las voces se habían marchitado, los niños habían dejado de corretear por la plaza de España, y el susi del bacalito de al lado de mi casa, el que estaba frente al jardín de las Hespérides, echó el cierre ruidosamente y se dirigió diligente a su casa, con una bolsa de papel de estraza llena de paquetes de té, hierbabuena y algo de especias. Las golondrinas inundaron el cielo, atravesando la avenida como un escuadrón de aviones. Un denso aroma a harira llenaba las callejuelas, y el silencio se imponía imperturbable, era como si una plaga hubiera acabado con los habitantes de la ciudad. 

Era en esos instantes cuando Luisito Velasco aparecía por mi casa, yo cogía mi bicicleta, una preciosa bici roja plegable que mis padres me habían comprado en el Bazar Yebari, y nos íbamos pedaleando hasta el Cine Avenida. En la rotonda, estaba Juan Carlos Palarea, que aguardaba en la puerta de su casa, y Pablo Serrano y José Gabriel Martínez, y juntos, montados en nuestras bicicletas, nos metíamos por los pasajes de la Burraquía, sólo por el placer de circular por sus arterias increíblemente solas, y dábamos la vuelta y bajábamos por la cuesta del mercado, lanzados a tumba abierta, pedaleando con todas nuestras fuerzas, porque sabíamos que nadie estaría circulando salvo nosotros.

Competíamos por ver quién llegaba primero al Consulado, pasando por el balcón del Atlántico como una exhalación. Yo notaba cómo el manillar de mi bici temblaba, pero apretaba los pedales con más intensidad, y les veía a ellos hacer lo mismo, dando gritos que retumbaban en la callada quietud del anochecer.

El mes sagrado del Ramadán nos convertía en los dueños de las calles de Larache, eran sólo para nosotros. Una gigantesca pista de carreras. El circuito se improvisaba sobre la marcha. Podíamos comenzar en la puerta de Uniban, pero otros días escogíamos la Estación de la Escañuela, donde las guaguas adormecían sin pasajeros, para subir hasta la calle Barcelona y bajar por la avenida Mohamed V, o bien en la bajada de la Torre del Judío, para descender, sin esfuerzo alguno, hasta el puerto. Nadie se interponía en nuestras carreras de bicis, todas las calles abiertas en canal como si nos engulleran al pasar a toda prisa. Sentíamos el aire en nuestros rostros, la agradable sensación de la brisa, más refrescante al ocaso, y el olor del mar.

A veces, veíamos a algún hombre, con la cabeza oculta bajo la capucha de su chilaba, que corría a última hora para llegar a su casa y romper por fin el ayuno. Pero eran pocos. La mayoría aguardaba la señal de la sirena ya en el interior de sus casas, dejándonos a nosotros solos.

Me gustaba el sonido de la sirena. Llenaba el aire de incertidumbre, presagiaba el feliz instante de nuestras correrías en bicicleta, un tiempo mágico.

plaza de España

Las familias musulmanas cumplían con el rito, mientras que los niños que no profesábamos esa religión nos adueñábamos de las calles para sentirnos libres, y correr, correr a toda prisa, como si presumiésemos que la gozosa niñez pasaría tan rápida que no nos daríamos cuenta.

Ya de noche, la ciudad comenzaba a llenarse de gente, y nosotros dejábamos de correr tan envalentonados. Llegaba Lotfi Barrada, y Hassan y Taha, y dejábamos las bicis, porque ya no se podía circular sin atropellar a alguien, y Larache se transformaba en un torbellino de luces, de cantos, de algarabía. Sudando, nos marchábamos al balcón para hablar de nuestras cosas, de las niñas del cole, de Gabriela, de Yamila, de Amina, de Matilde o de Conchi, pero sobre todo del equipo de fútbol que estábamos formando para jugar contra los de la calle Real, o bien nos poníamos a coger renacuajos con latas oxidadas o cazar alguna rana que habíamos escuchado croar. A veces, pasaba Fatima el Bouhtoury con sus amigas y nos miraba de soslayo, siempre lo hacía con aires de niña resabiada, pero había algo en su mirada que nos hacía sonreír. Creo que le gustaba ver cómo intentábamos coger a las escurridizas ranas que huían saltando en zigzag.

Llegaba muy tarde a mi casa. Mi madre ni me preguntaba dónde había estado. La puerta solía estar abierta, y entraba empujándola. Mina habría preparado harira, y me dejaba además una fuente con chuparquía, y mis dedos se impregnaban de ella mientras las engullía con ansiedad. Me iba con la fuente al salón, y me tiraba al suelo, me gustaba ver la televisión tumbado bajo la mesa, como si estuviera en una tienda de campaña, y veía el nuevo capítulo de Misión: Imposible mientras continuaba empachándome con los dulces.

Cuando me acostaba, pensaba en el día siguiente. Teníamos todo un mes para poder pedalear por las calles de Larache, solos, como si fuésemos los emperadores de Lixus; pero lo más inminente era el día de mañana, esperar otro atardecer, cuando la sirena aullara de nuevo pausadamente para dar la salida a otra de nuestras carreras, en esta ocasión tal vez desde los jardines del Balcón, quizá desde la cuesta del Aguardiente, aunque yo siempre prefería empezar en la plaza de España, seguir la recta de la avenida Hassan II, girar a la derecha, pasando por el Palacio de la Duquesa de Guisa y la Estación, llegar a los Maristas y girar a la izquierda, salir a  la avenida, alcanzar Cuatro Caminos, dar la vuelta a la rotonda y lanzarnos entonces audazmente de nuevo de regreso por Mohamed V, pasando por la puerta de Lalla Menana la Mesbahía y llegar a la meta, en el Casino. Y daba igual quién ganara. Lo único realmente importante era la sensación de que el mundo te pertenecía, de que, durante los anocheceres del mes de Ramadán, Larache era mía.

 Sergio Barce, agosto 2011

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19 respuestas

  1. Muy bonito el relato. Me recuerda mi niñez, no tenía bicicleta pero sí un
    carrito de madera con rodamientos como ruedas, y me lanzaba montado
    en él por la Cuesta del Aguardiente hacia abajo, a gran velocidad y sin frenos,
    solo podía parar usando mis pies calzados con alpargatas.

    Carlos Galea

  2. Precioso tu relato Sergio.
    Este año en los primeros días de Ramadán he tenido el placer, el honor y el gusto de saborear una suculenta harira en casa de Fátima -de Larache- y de Mohamed -de Ksar el Kebir- que ahora viven aquí muy cerquita de mí. Cuando asistí a su boda hace pocos meses en Larache, jamás pensé que gracias a esa unión yo volvería a viajar en el tiempo y volvería a revivir momentos tan adormecidos.
    Todo lo acaecido una bendición del cielo!

  3. Es la primera vez que escribo en tu blog. No he ido por Larache, donde nací, desde hace, al menos, 40 años, pero has conseguido emocionarme recordándome cosas de mi infancia. Me he propuesto ir en este mes de Septiembre, pero necesito que me ayudéis, yo solo me acuerdo de cuando estudiaba en Maristas, creo que frente a Las Monjas, de los Viveros, de la calle Chinguiti y creo que el Cine España (?), cuando mi padre me llevaba a la «otra banda»….. y tantos recuerdos de niño. Hablamos de los años 50 y pico.
    Gracias, a mis 70 años, por reavivar las ilusiones. Prometo ir.

    1. Estimado Carlos: Te refieres al Teatro España, que ha desaparecido, al igual que los Maristas. No quiero desengañarte, pero Larache no es como la recuerdas. Es mucho tiempo el que ha transcurrido desde que te marchaste, y probablemente te chocará ver que Larache está muy deteriorrada, y, probablemente, y lo digo con todo el dolor de mi corazón, sea la ciudad más abandonada de todo Marruecos.
      Para quienes hemos vivido el Larache de los años sesenta y setenta (lo mismo que los años anteriores para otras generaciones) nos resulta incomprensible que se haya dejado deteriorar de esta manera por parte de los responsables locales, provinciales y nacionales, la culpa es de todos, pero esa es la cruda verdad.
      Sin embargo, también tiene su lado atractivo. En su decrepitud, siempre resurge el recuerdo y siempre encuentras a algunos larachenses que te hacen emocionar, eso es inevitable. Por esa razón, cuando alguien, como tú, me dice que va a regresar después de muchos años sin ir, les prevengo del posible desengaño (los recuerdos, además, siempre tienden a hacer mejor nuestro pasado) pero les animo a ir, y siempre, siempre, les digo que no dejen de mezclarse con la gente, que entren en las tiendas, que hablen con quienes se encuentren, van a ser bien recibidos, ahí es donde está lo que merece ahora la pena de Larache, en la gente que ha nacido y sigue viviendo allí. Y hay que buscar los rincones que aún se conservan y que merecen ser visitados: la Medina, la playa, el balcón, los viejos cafés… No sé si te ayuda cuanto te digo, tampoco querría desanimarte a ir, al contrario, pero así son las cosas. Mañana pondré una carta que he recibido de una señora que ha estado recientemente en Larache, lo que me cuenta es más elocuente de cuanto puedo explicar aquí.
      Y pese a todo, es imposible dejar de amarla.
      un abrazo
      sergio

    2. Hola Carlos, si piensas venir , yo me encuentro ya aqui, en Larache, y me daria mucho gusto que nos pudiesemos vernos;
      en todo caso lo que te dice Sergio es la pura verdad y asi no te llevaras una decepcion pero siempre queda los recuerdos y la nostalgia….
      me puedes contactar por mail camselem@gmail.com
      un abrazo
      Carlos. Amselem

  4. Sí,creo que todos conservamos esos recuerdos …yo le añado el ruido del cañón anunciando la hora de romper el ayuno.Aquello me estremecía,pero era, como tú bien dices,el anuncio de aquellos olores tan peculiares,ese alimento que hacía recuperar las fuerzas perdidas durante tantas horas sin tomar alimentos …recuerdos…recuerdos …
    Igual que a todos vosotros,los que habeis contestado a este sentimental relato,me invade la nostalgia… miro hacia atrás y no me creo que esté recordando lo que yá me parece tan lejano …
    Que suerte teneis,Carlos porque está allí y, Carlos Lopez porque vá a volver… no os recuerdo,pero seguro que nos habremos cruzado por nuestras calles muchas veces.Que seais muy felices,aunque no encontreis muchos edificios tan emblematicos para todos nosotros,sentireis el gozo de pasar por las calles de nuestro querido Larache,contacnos cuando volvais…
    Un abrazo
    Gracias Sergio por estar ahí alimentando nuestros recuerdos,un abrazo

  5. La sinceridad, la objetividad de tus palabras cuando hablas de Larache te hacen mas grande entre otros. En tu relato me recuerdas muchas cosas, hay que reconocerlo son irrepetibes, pero aqui esta la memoria para guardarlos y transmitirlos a otas personas sedientes de recordarlos . En cuanto a la felicitacion del final de mes de Ramadan y la fiesta del Fitr mi agradecimiento mas profundo por la atencion y el detalle que a ti no te escapan. Gracias Sergio.

  6. mi imaginación vuela y vuela al leer el relato, en mi mente veo a esos niños de aquella época jugando con las bicicletas calle abajo y calle arriba recorriendo todos los lugares. Me imagino Larache al atarder en Ramadán solitario y es cierto…..yo me asomaba a la ventana de casa y no pasaba un alma, todo solito…..y con ese aroma a jarira, chuparquia, datiles etc……..

    Por un ratito muy pequeñito me has hecho estar en nuestra querida Larache.

    Gracias Sergio.

    Dori.

  7. Una vez mas nos has trasladado a nuestra tierra,y nos has convertido en los niños y adolescentes que eramos entonces.
    He vuelto a sentir ese pinchacito interior que te produce la nostalgia.Otra vez me has obligado a cerrar los ojos y revivir momentos inolvidables.
    No puedo añadir nada mas a todos los comentarios de nuestros paisanos.Solo que todos tienen razon,unos lo expresamos de una manera y otros de otra,pero en definitiva,nuestros corazones sienten lo mismo…..
    Un abrazo muy muy fuerte

  8. Precioso relato. Es una parte de la historia de la ciudad que no conocía. En los años ochenta en Fes, el director del Centro Cultural, Jose Maria Alfalla, solía aprovechar esos momentos para filmar escenas imposibles. Un cordial saludo

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