La presentación de mi novela
UNA SIRENA SE AHOGÓ EN LARACHE
el pasado 14 de mayo en el Colegio Luis Vives de Larache
corrió a cargo de mi entrañable amigo el profesor Abdellatif Limami, que ha tenido la deferencia de enviarme el texto completo de su intervención, y que reproduzco a continuación:
Crónica de voces apagadas en
Una sirena se ahogó en Larache
de Sergio Barce [1]
por
Abdellatif LIMAMI
Universidad de Rabat – Marruecos
“…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… /…/ Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… “ Pablo Neruda – Confieso que he vivido
Todos en nuestra vida llegamos a un momento en el que nos vemos obligados a marcar un antes y un después. Y felices son aquellos que lo pueden hacer utilizando las palabras como razón existencial o como oxígeno que da vida espiritual. Pero escribir es a la vez aprender a morir y volver a nacer, sobre todo cuando a través de este acto, se rescatan gratos recuerdos o se exorciza una amarga realidad que yace en las entrañas de uno, con sus alegrías y satisfacciones, pero también con sus espinas y su dolor.
Y es el caso de Sergio Barce que sigue gozando del no ser huérfano por conservar sus dos mundos predilectos: el Larache de su infancia y el Málaga de su edad adulta. Y resulta que la infancia es recinto de la memoria para tratar de apaciguar la nostalgia; lo que explica el predominio pero también la evolución de este mundo en su universo narrativo: En el Jardín de las Hespérides en 2000, un relato lleno de recuerdos y cuyo personaje central “estaba construido por trozos de mis recuerdos (mi infancia)” afirma Sergio antes de añadir que “este relato parte de la historia de mi abuelo y la juventud de mi padre” con mucha nostalgia e idealización. Viene luego Últimas noches en Larache en 2004 y en el que se mantiene esta nostalgia pero que empieza a dejar ya el paso a una radiografía del Larache de 2004, en que el autor aparece como testigo impotente frente a un deterioro de la ciudad que califica como “un desengaño”. En fin, Sombras en sepia en 2006, donde “hay una cierta mezcla entre el pasado nostálgico pero en el que ya irrumpe la realidad del deterioro, de la decadencia de la ciudad, y ahí lo denuncio y lo describo en toda su crudeza” subraya el autor.
Con Una sirena se ahogó en Larache (2011), se consigue finalmente el reto tan deseado: “escribir del Larache de hoy pero desde dentro de una familia marroquí muy humilde, con muchos problemas de cara al futuro de sus hijos” y plasmar al mismo tiempo la desilusión que supone la desaparición paulatina de “la memoria y la historia de un pueblo” a favor de una mera política del lucro o tal vez de la ignorancia.
El título del relato, con su connotación mitológica que huele a mar, es muy sugerente. Según el propio autor, corresponde al despertar sexual del niño, a su desbordante imaginación que lo protege contra la violencia circundante, pero también a las almas (como la de Ahmed, su hermano mayor) que, en su intento de buscar el paraíso perdido, terminan como esposos legítimos de las profundidades del mar, y cuyos cuerpos se arrojan luego a las orillas:
“Es la imaginación del niño /…/ el inicio a su despertar a la sexualidad, que termina por concretarse en la chica, pero también es otra forma de escapar de Tami de la cruda realidad de cada día. Ahmed busca su salida en la patera, y Tami en sus sueños, que, con la fiebre que suele padecer, construye en su imaginación todo tipo de historias, de aventuras, de monstruos malos y buenos… Una sirena se ahogó en Larache, lo puse pensando en Ahmed, pero también en todos los sueños que se han ido ahogando en Larache, los del pasado, los del presente y, para algunos, los del futuro que no tendrán jamás.”
En otro plano, y tal como aparece en la novela, la sirena queda asimilada a una mujer que varía de la visión materna al despertar sexual: “Tiene el cabello largo y oscuro, aceitoso, y el rostro muy pálido, en exceso, casi un cadáver /…/ Las pestañas parecen de sal /…/ La mujer despide un penetrante olor a pescado, como los atunes que la almadraba desemboca en el marsa /…/ verla atenúa el efecto de una manera curiosa, como si, desde la sonrisa que no esboza, se expandiera un perfume inocuo /…/ Tami descubre también sus pechos rotundos, erguidos, que imagina llenos de leche” (PP. 49-50/50)
A nivel espacial, tanto los micro como los macro espacios que integran este relato no salen del perímetro urbano de la ciudad de Larache. De la casa familiar al embarcadero, al mercado central, al Jardín de las Hespérides, al Balcón…, todo está enmarcado en este espacio predilecto de Sergio Barce.
La casa familiar de Tami está a imagen de estas casas de las familias humildes de esta ciudad. El hogar “no sobrepasa los cincuenta metros cuadrados” y cada una de las habitaciones “es angosta”. Las escaleras son “estrechas, empinadas, con la barandilla de hierro oxidada que aún se sujeta milagrosamente” (pp. 27-28). Salvo el cuarto de Tami y el de sus padres, “las demás carecen de ventana alguna” (p.8). En ella “sobrevive un viejo televisor Telefunken” (p.7), “un pequeño habitáculo, que sirve de almacén”, “un retrete con una ducha”. En la azotea, hay un cajón de madera que atesora “algunas herramientas del abuelo de cuando ejercía de mecánico en el Taller de Barrajón” (pp. 7-8).
Fuera, lucen los espacios predilectos de la infancia de Sergio Barce: el Balcón del Atlántico, la playa peligrosa y el Castillo de las Cigüeñas, la Calle Real, el Zoco Chico, la plaza de la Liberación (la Plaza de España), la Torre del Judío, la puerta de la Medina, el café Lixus, el Santuario Lalla Menana, el Jardín de las Hespérides, la Explanada del Majzén, Punta Negra, el Cine Ideal…todos recuerdos repujados cariñosamente y para siempre en la memoria del adulto Sergio Barce, pero también espacios que remiten a distintas épocas históricas de Marruecos.
Así es el embarcadero con el habitual ajetreo del verano y un sol que se refleja en “las crestas cristalinas del agua esmeralda” (p.15): “Las barcas chocando unas contra las otras al pie de las escalerillas, mecidas por el movimiento de los remeros que invitaban en pie a usar sus pateras, y de los viajeros, disputándose el saltar los primeros a las más cercanas” (p.14 )
Y así es también el Mercado Central, “con sus tejados verdes, sus paredes blanqueadas, con ese aire de sueño nazarí” (p. 40) y los puestecillos de las mujeres con “verduras, requesón, fruta, gallinas vivas atadas por las patas con cuerdas de esparto, huevos, palmitos, brevas y uvas, algo de especias y melones de Tlata de Reixana” (p.38)
Pero el Larache del macro espacial es también un espectáculo de desolación con sus “ruinas decrépitas” (p. 93), sus “murallas pálidas y cansadas” (p.94), sus “callejuelas asimétricas” y “escaleras destrozadas” (p.109). La Iglesia de San José con su fachada espectral que “se inclina con precipitación hacia un futuro del olvido” (p. 151). Lo todo, presentado a veces con el vaivén de la gente como una “armonía caótica” (p. 99) y otras veces como “un insólito páramo de ausencias” (p.152). Anima este espectáculo esperpéntico la música de las bodas, una especie de “Babel musical” (p. 111) o de “resaca de la música” (p. 93).
Hablando de esta destrucción masiva y desoladora de la ciudad, Sergio Barce, dolido e impotente afirma: “La destrucción patrimonial de Larache es tan sistemática que va a desaparecer inevitablemente, y quizá ya ni siquiera me detengo a denunciarlo porque es un esfuerzo que está resultando inútil. Contemplo cada vez que vuelvo una herida nueva en la ciudad, un edificio valioso por su arquitectura o su historia que o ha caído o está a punto de hacerlo”.
La historia del niño se construye en torno a una serie de personajes principales entre los cuales la familia ocupa un lugar privilegiado, pero también en torno a personajes periféricos que forman la red de amigos, vecinos o conocidos de Tami o familia. En este abanico red de personajes, sobresale la figura de Mohammed, el padre del niño, con su áspero y riguroso tacto, su mente vacía, que parece estar en “un pozo acuoso de mares y remolinos” (p. 125). Lo caracteriza su violencia e indiferencia frente a Tami y frente a todos, hasta tal punto que su mujer le llega a insultar tan sólo “con el vacío hiriente de su mirada” (p. 115). Luego está Ahmed, su hermano mayor, un caso perdido, sobre todo en los estudios (véase pp. 25-26), y sobre todo Salwa, musa del despertar sexual del niño (véase p. 67).
Con su rostro pecoso y unas pelusas rubias sobre el labio superior (véase p. 74), Miguelito, un niño español amigo de Tami, constituye, por lo menos para un lector que no vive en Larache de hoy, una curiosa presencia en el relato de Sergio del 2011; una manera, afirma el autor, de abolir las barreras de la raza, la nacionalidad o de la confesión, que no existen en el mundo de los niños, tales como los ha vivido el niño Sergio: “es un personaje que he introducido porque aún hay españoles o nezeranis en Larache, pocos, pero los hay, y una manera de demostrar que cuando eres niño no distingues si tu amigo es de un origen o de otro, sólo es un compañero. No existen esas diferencias, y así es como ocurría en mi niñez, porque la inconsciencia de la niñez es un diamante en bruto que otros adulteran”
Esto trae también a la mente el tema de la convivencia de todas las comunidades larachenses, sobre todo a nivel confesional, constante en la obra de Sergio Barce. Al entrar a Jerusalem, Salah al-Din, siguiendo las enseñanzas del profeta, “ordenó a sus hombres que no habría saqueos ni se mataría a ningún enemigo, a ningún infiel” (p. 24) y prohibió la destrucción de la Iglesia del Santo Sepulcro. Se trata aquí de uno de las constantes temáticas en la obra de Barce, y que se puede considerar como una preciosa reminiscencia y herencia de su infancia: “vivimos en propia carne un ejemplo que no se sustenta en una entelequia sino en una realidad /…/ las fiestas las compartíamos, nos invitábamos (nuestras familias) los unos a los otros a celebrar los Reyes Magos o el Mulud o el Purim, es una experiencia inolvidable que te abre los ojos. Algo de añoranza hay, pero sobre todo testimonio para las nuevas generaciones que, cuando se lo cuentas, te miran como si fueras un extraterrestre”
Sin lugar a dudas, la construcción positiva de este abanico de personajes se reduce a la figura de El Hach, el abuelo materno de Tami, y con el cual el niño tiene todas las complicidades y cariño del mundo. Luce, al igual que su nieto con sus “ojos azules y mayores” (p. 19) y vive retraído, en paz en su terraza junto a un pequeño aparato de radio que sintoniza a una emisora de Tánger o Radio Nacional de España, “una radio maltrecha y arañada con más años que Matusalén” (p. 22). Es tan retraído que “cuando se mete a fondo en la tarea se olvida de que el mundo sigue girando más abajo” (p. 19). Parece ser un ciclo acabado, cuya memoria se ha detenido en Scheherezade, y en los viajes de Simbad y de Ulises (Véase p.57). Se entretiene “rompiendo nueces con sus enormes manos encallecidas” (p. 1) y secando un ojo que le lagrimea con un “pañuelo arrugado, siempre con el mismo gesto repetido” (p. 11). El personaje recibe una pensión exigua que sirve para ayudar a su yerno y pagar el colegio de su nieto que ha matriculado en el colegio español Luis Vives de Larache (véase p. 25 y 28), siendo el idioma castellano una de sus obsesiones. Su cariño por el crío se transforma en sufrimiento ya que cada vez que lo mira y lo ve alejarse por las callejuelas de la ciudad, “se golpea las sienes con los puños y enmudece en cuanto se da cuenta de que no hay faroles que iluminen los pasos de su nieto y de que, en la oscuridad, el niño tendrá miedo y no sabrá cómo regresar” (p. 16 )
Como cualquier ciclo acabado, el personaje tiene una memoria deficiente que sólo retiene trozos inconexos, o relatos que se van enriqueciendo con el tiempo, añadiendo algún que otro detalle a esos relatos. Nostálgico de su pasado, descubre a Jazmín (su mujer), no sin dificultad, detrás de unos cristales de la casa; una imagen surgida del pasado que “ve caminar por la Hípica, orgullosa, con su cuerpo elegante y esbelto, los ojos enmarcados con el negro perfil del khol” (p. 19). Pero “hace ya más de año y medio que es incapaz de recordar los detalles exactos de su mujer, como si Yazmín hubiese de desaparecer también de su memoria” (p. 20).
Tami percibe a su abuelo como “un sabio que no desea ser descubierto y que vive ahí, impostado bajo la apariencia de un modesto mecánico jubilado” (p. 23) y cree que “la memoria del abuelo, al igual que va perdiendo el perfil grabado de su mujer, también ha borrado las aventuras de piratas y de princesas, como si Ulises hubiera llegado ya a Ítaca y diera el libro por acabado” (p. 116).
En cuanto a Mohamed, su yerno, lo percibe al final de la novela como un ser “rodeado de piezas, casi un espejismo, una especie de escena irreal de un taller en el que se reparasen las almas oxidadas”.
El relato gira entonces en torno a una niñez castrada que sólo salva la desbordante imaginación. De una familia muy humilde, Tami, un niño de casi diez años, a imagen del niño yuntero, crece como una herramienta, a los golpes destinado. Los relatos que su imaginación teje constituirán la única válvula de escape que le permite resistir y erguirse. Desde el principio, luce con su «cuerpo frágil», sus «ojos hambrientos» (p.7) y cansados “que siente como arenosos” (p.11); pero también «despabilado» (p.7) e inteligente, cuyos enormes ojos azules constituyen su mejor herencia familiar ya que los tiene de su abuelo, El Hach. El abuelo atisbará en él “una inteligencia innata superior a la de otros chicos de su edad” y “una memoria precisa que le permite recordar todos los relatos y cuentos que él le deposita generosamente” (p. 27).
El niño arrastra una enfermedad crónica e irreversible que le perfora los bronquios “frágiles como papel de fumar” y los pulmones que “carecen de defensa” (véase pp. 7 y 114) y sufre los malos tratos de un hermano mayor que lo martiriza con su continua violencia. Al ensuciar Tami sus nuevas zapatillas, “Ahmed se había quitado una sandalia incorporándose con rapidez y cogiéndole del cuello con la mano libre /…/ Le hincaba los dedos en el cuello de una manera certera, impidiéndole refugiarse en la casa” y “le zurraba en el trasero con tanta fuerza que el dolor cercenó cualquier grito” (p.18). A esta violencia se añade la de un padre (Mohammed), “indiferente frente a la enfermedad de su hijo” (p.34), que le inflige “golpes incomprensibles” (p.25) y lanza guantazos que le dejan “marcado los dedos en la mejilla” (p.83). El niño termina sintiéndose “como un mueble viejo al que han arrinconado en una habitación” (p. 116), “ensimismado” y “ajeno al reflujo de la vida cotidiana de su familia” (p.146) y huye a la calle donde se enfrenta con otras violencias: la de Amin, el hijo del carnicero que procura robarle su camiseta del Barça con el nombre de Xavi (P.13); la del mejazni Larbi, denominado el James Bond (véase pp. 42 y 44).
En fin, y sobre todo la del francés Pierre (…) “Los brazos de Pierre se hacen férreos, igual que lianas que lo amarraran contra sus piernas” y sus manos “se agigantan y lo zarandean como un muñeco, hasta tirarlo al suelo” (p.157). Pierre termina dándole una bofetada “tan seca que Tami se queda paralizado y es incapaz de articular palabra” (p.159). Aterrorizado y abatido, el niño se rinde, se deja llevar y procura encontrar cobijo en su imaginación:
“Entonces el niño da un grito, agita la cabeza de un lado a otro y empieza a dar patadas al aire y puñetazos con sus pequeñas manos cerradas, sin abrir los ojos. Blande su espada de acero de Damasco y la hiende en el corazón de Pierre, en medio de una cruenta batalla al asalto de la fortaleza de Kerak. El conde francés, capitán de los cruzados, yace a sus pies, agonizante” (p. 159)
Frente a todas las vicisitudes de la vida larachense, Tami explota entonces su fantasía “como un espacio alentador, aunque sólo provisional” (p. 34) que le permite tanto escapar a las paredes del hogar que lo encarcelan como a la jungla que ofrece el mundo exterior. Lo todo es marcharse a Tierra Santa a luchar en las cruzadas o quedarse en el puerto de Larache “cuando aún no es más que un refugio para los piratas que atacan las naves del Papa y de la Corona de España…” (p. 34). Tami vive estos sueños como si los hubiera vivido realmente, pero otras veces parece apenas recuperar algún fragmento inconexo que nada le dice. “Suele comenzar sus aventuras – afirma el narrador- cerrando los ojos y viajando por los cielos hasta otro tiempo, hasta otro país, y se desliza en una historia que ya conoce o que su abuelo se ha encargado de recuperar de su repertorio inagotable” (p. 36). Así, “A medida que su propia fantasía se encarga de adornar aún más los hechos, convirtiéndose a sí mismo en protagonista, las imágenes se van haciendo más y más desconcertantes” (p. 36).
Frente al acto violento de Amin, que le quiere robar su camiseta del Barça, Tami se imagina saliendo del “centro del campo, bajo los focos del Camp Nou, y que el estadio corea su nombre” (p. 13). Y en otras circunstancias, pensará que el halcón, Horr (…..) fue quien “lo protegió cuando Amin quiso robarle su camiseta del barça” (p. 82). En el embarcadero de la ciudad, “se imaginaba en realidad en una galera o en uno de los bajeles de Barbarroja, con una gumía al cinto y el brazo tatuado, subido a popa, contra el viento” (p. 15)
Atento a los cuentos de su abuelo, Tami, como uno de los lugartenientes de Saladino: “alza los brazos, grita/…/ salta, finge portar un sable que esgrime contra los enemigos invisibles que lo rodean, avanza y, con la mano, sin darse cuenta, golpea fortuitamente las otras lámparas que El Hach había dejado en la esquina de la mesa” (pp24-25). Liberando a un cigarrón: “No duda un instante en pensar que esos soldados alados han venido hasta la casa con intención de rescatar a su rey…” (p. 30)
Con las continuas crisis que sufre, se siente ahogado hasta casi perder el sentido. De ahí el delirio suyo que nace del sufrimiento y del cual le salva la presencia de Aladino: “Pero, de pronto, baja la colina hasta detenerse justo a la puerta de la Iglesia /…/ se gira, bajo su armadura negra con ribetes de plata, y sus dos acompañantes lo imitan. Clava los pies en la tierra y, muy lentamente, mientras un grupo de soldados con aspecto fiero se acercan a su posición dispuestos a pasar por encima de ellos tres, desenvaina su sable y lo levanta, la punta desafiando a ese escuadrón descontrolado” (pp. 30-31).
En su delirio y fiebre, se pasa horas asomado a la ventana, viendo “una caravana de camellos silueteada sobre las dunas, camino de Tombuctú, con cientos de libros que hablan del Profeta y que van a ser entregados a los famosos escribas de la ciudad sagrada” (p. 33). En el Mercado Central de Larache, será poseído por un sueño nazarí y entreverá el mercado como “un pedazo perdido de los antiguos palacios omeyas” (p. 40).
Frente a la violencia del padre que asimila al mítico Polifemo, “Tami sólo ve, delante de sí, la expresión enfebrecida de su padre, con su cuerpo deforme y gigantesco buscándolo con saña por las galerías angostas de la caverna mientras grita su nombre: ¡Ulises! ¡Ulises!” (p. 48). El paso por el Castillo al-Nasr: lo lleva a referirse a Moulay al Mansour Addahbi. Entonces “Levanta su sable y dedica la victoria al sultán M¨láy al-Mansur al-Dahabi, que levantó esa fortaleza, el Castillo al-Nasr” (p. 95).
En compañía del halcón al Horr, como arma contra la barbarie humana: “Tami había pergeñado la imagen de su halcón como la de un animal excepcional, inmunizado contra la barbarie, un ser inteligente y decente /…/ seguía siendo para él un símbolo de pureza, la perfección suprema” (p. 147).
Pero sin lugar a dudas, el encuentro con el francés constituye la experiencia más traumática que sólo la inocente imaginación del niño logra subsanar. Bajo este infame personaje, el niño cierra los ojos para ir a un viaje sin retorno: “lo esencial de la travesía es no regresar” (p. 160).
“Tami, ausente ya a cuanto le rodea, ni siquiera escucha la tormenta desatada fuera, sólo nota la sensación incontrolable de que se marea, de que le falta oxígeno, y de pronto otea tras las colinas a las tropas de Ricardo Corazón de León que se ha posicionado frente a las murallas de la ciudad. Junto a los otros soldados, dispuestos a defender Acre con sus vidas, Tami aguarda las últimas órdenes de Salah-al-Din” (p. 160)
Salwa, sin embargo, que constituye su experiencia iniciática, tiene otra connotación y le invita a dejar suelta a su imaginación. Oír su nombre “le ha hecho recordar su desembarco con Barbarroja, su rescate de la Princesa de Argel” (p. 66), y al verla desnuda “se le cruza la idea de que todo es un sueño y de que, de un momento a otro, va a despertar en la isla, junto a los otros piratas, escoltando a la Princesa hasta su bajel para llevarla de regreso a Argel, donde ella se reencontrará con su familia” (p. 69). Se refiere aquí a “la princesa que él ha rescatado de las garras del Gobernador portugués” (p. 73).
A modo de conclusión, terminamos con estas palabras de Sergio Barce que hacen del recuerdo algo inmaterial y eterno. Gracias a él, se pueden construir puentes, exorcizar realidades, poetizar mundos, rescatar vivencias: “Los recuerdos, claro. Es lo único inmaterial. Hay tantos recuerdos que es imposible condensarlos: desde Mina, la mujer que cocinaba en casa y me llevaba al zoco con ella, a la que he dedicado varios relatos, hasta los amigos de la infancia que he ido rescatando con los años (Luis, Lotfi, Jose Maria, Gabriela, Emilio, Abderrahman, Fátima, Amina, Marina…) eso es un tesoro, los recuerdos de la playa, de mis correrías por la Medina, del Casino, del Balcón del Atlántico a donde nos íbamos cada atardecer, los partidos de fútbol en la playa cuando bajaba la marea, aquella mujer a la que le vi los pechos -los primeros que veía en mi vida, que se han quedado grabados en mi memoria-, cruzar el río en barca, los cines, allí aprendí a amar el cine, inflarnos de comer churros en la plaza de España, mis días de monaguillo en la Iglesia (éramos muy traviesos y hacíamos muchas diabluras), ya ves, en un momento han comenzado a regresar un montón de recuerdos.”
Como dijo el poeta: “Podrá no haber poetas; pero siempre / Habrá poesía”
Abdellatif Limami
[1] Sergio Barce ; Una sirena se ahogó en Larache; Editorial Círculo Rojo – colección Novela; 1ª ed. abril de 2011; Sevilla; España. Subrayamos también que los testimonios de Sergio Barce que figuran en este trabajo corresponden a respuestas suyas a preguntas que le hemos formulado por internet (mayo de 2011)
4 respuestas
Hola Sergio.
No he leído todavía «La Sirena» porque tengo pensado pasar unos días este verano en Larache y había decidido leerla allí, pero ahora después de leer esto creo que ya no voy a poder esperar.
Sabes que tus novelas anteriores que he leído, me han gustaron mucho, con ellas nos has enseñado a añorar el Larache perdido, y a amar el Larache de siempre, el de antes y el de ahora. Nos has ayudado a descubrir la unidad entre razas ,crencias y culturas que hoy nos es tan difícil de ver, y nos has hecho conocer un Larache que sigue existiendo en los recuerdos de todos los que lo conocisteis y gracias a ti en la imaginación de los que no tuvimos esa suerte.
Estoy casi segura de que todo lo que escribas con tanto cariño y sentimiento como lo haces me va a gustar, pero creo que «La Sirena» me va a sorprender, porque ademas de todo lo anterior, perece que hay mucha poesia, historia, y que con tu imaginación nos vas a hacer viajar a mundos maravillosos, conocer historias fantasticas, y soñar junto a Tami con Saliadin, Ulises, Barbarroja, las cruzadas…
Ahora que hago Sergio?. No se si podre aguantar un par de meses hasta llegar a Larache, o rendirme a la tentación de soñar con tus sueños e imaginar con tu imaginación ya, jeje
Espero que las presentaciones de Malaga y de Madrid hayan estado geniales y que te hayas sentido feliz, ya nos contaras.
Un beso muy grande y sigue soñando y haciéndonos soñar.
Querida Mayte, ya habrás visto que ambas presentaciones han estado fantásticas (aunque aún me queda por colgar las imágenes de Madrid). No sé qué decirte,. pero como autor de la novela, siendo egoísta, preferiría que la leyeras ya, y que comentaras tus impresiones y qué te ha parecido. Dos meses, son muchos meses…
Leyendo el texto me parecía estar oyendo al profesor Abdellatif Llimami en el Colegio Luis Vives de Larache. Su acento francés, su cariño hacia tí, Sergio, su extraordinaria intervención con un examen tan detallado y profundo de tu novela que me la hacía revivir en cada frase que pronunciaba. Una persona con la que conversar resultó un verdadero placer.
Aunque…. todo es poco, Sergio, para decir que tu obra es espléndida, que remueve conciencias, que hace soñar y vibrar.
Para tí, para el profesor Abdellatif Llimami y para todos los amigos…
«Me es imposible volver a aquellos felices años sin que vuelva a mi mente la añoranza que sentí al dejar aquel país. Allí donde había cabida para todos, donde las culturas se mezclaban, donde aprendí a querer por igual y sin diferencias. Manos árabes, israelíes, francesas, españolas… tantas manos y tantas lenguas, pero todas entrelazadas entre sí. No puedo desvincular mi infancia de todas estas manos, de todos con los que yo jugaba, aprendía y convivía.» Con mucho amor
gracias, Joana, sé que te gusta leer, así que conocer lo que sientes al leer mi novela me conmueve, me enorgullece, me hace sentirme bien
un beso