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«EL HOMBRE DEL LIBRO», UNA NOVELA DE DRIS CHRAIBI

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Hace un tiempo, escribía acerca de la magnífica novela El pasado simple (Le passé simple, 1954) del escritor marroquí Dris Chraibi, nacido en El Yadida en 1926 y fallecido en Crest (Francia) en 2007.

Impelido a leerlo de nuevo, me he sumergido en El hombre del libro (L´Homme du livre), de 1995. Pero me he encontrado con una obra radicalmente distinta a El pasado simple. Si su primera novela es un retrato duro y sin concesiones del Marruecos bajo el Protectorado francés, El hombre del libro es casi el otro extremo, y Dris Chraibi lo aborda con soltura, inteligencia y maestría.

Esta obra es una bella aproximación a la figura del profeta Mohammed (Mahoma). Para ello, Chraibi reconstruye y retrata al personaje desde su lado más humano, y qué mejor para hacerlo que partir de los días en los que le llega la gran Revelación, los instantes más cercanos al momento en el que se le desvela que él es el profeta, el Elegido.

Me gusta el tono del libro, con una narrativa poética llena de aciertos. Conocemos a Mahoma justo cuando Jadiya hace aparición en su vida y se convierte en su esposa devota y apasionada, y la delicada y sutil descripción de cómo era y cómo actuaba Jadiya me ha fascinado.

“…El rostro de Jadiya, contemplado tan de cerca, tenía algo de libro -un libro al que le faltaban páginas: aún no estaban escritas…”

Dris Chraibi no censura los deseos más íntimos de esta mujer que se enamora de un hombre mucho más joven que ella pero al que decide seguir en todo momento, sabedora de que no es un hombre como los demás. Tampoco oculta lo que el propio Mahoma podía pensar o sentir acerca de la fascinante Jadiya, o sobre sus hijas.

“…Era una mañana radiante. A la caída de la tarde, fui a visitar a mi destino. Jadiya permanecía inmóvil frente a la hornacina, aquella donde estaba colocada la lámpara de cristal. Tenía la espalda erguida, y su abundante melena caía en cascada por debajo de la cintura. No se dio la vuelta. Con una voz neutra, me preguntó:

-¿Aceptas?

Dije:

-Sí.

Pasó un largo rato envuelto en silencio. Luego, desde el centro del silencio, ascendió la alegría: ¡qué bonita era esa risa, y verdadera e indecible, que resonaba contra la pared de la hornacina y me alcanzaba por todas partes! No se dio la vuelta ni el grosor de un cabello. Su voz sonaba grave, grave y lenta cuando me dijo:

-Te quiero. Te quiero porque siempre te sitúas en el centro, evitando tomar partido con la gente por esto o por aquello. Y te quiero por tu rectitud, por tu hermoso carácter y porque tus palabras no mienten. Te quiero sobre todo por ti mismo. Ahora vete. Vete, te lo ruego.

¿Se dio por fin la vuelta? ¿Y había en sus ojos esa desnudez en la mirada, privilegio de la infancia? Era la primera noche…”

Como decía antes, la novela posee una bella narrativa muy poética y musical. A través de sus palabras, Dris Chraibi no sólo  nos describe esa parte de la vida de Mahoma: cuando se casa con la viuda Jadiya, cuando conoce el amor de esa mujer, cuando asiste al triunfo de Qais en la justa poética que, cada año, se celebraba en Meca y al que el rey de Yemen proveía de premios al vencedor (una espada de oro macizo y un caballo de pura raza), episodio este de gran belleza narrativa; cuando Mahoma va vislumbrando por pequeños hechos y acontecimientos que algo está a punto de suceder y cómo va dándose cuenta de que esa sucesión de hechos lo van a llevar a ocupar un lugar en la Historia que nunca hubiera imaginado, cuando al fin Mahoma se transforma en “el hombre del Libro”…

La historia está jalonada de otros capítulos no menos interesantes y con otros personajes vistos desde la perspectiva musulmana: Moisés, Jesús, Abraham… Todo narrado con una exquisitez primorosa. Ya casi al final del libro, Chraibi introduce al personaje para mí inesperado de Muhyiddin Ibn Arabí, al que dedica unos párrafos llenos de admiración, respeto y belleza.

“…Una hogaza amasada con aceite de oliva. Un hombre la mastica lentamente. Es su única comida del día, o casi. No tiene hambre. Tiene hambre de lo que es, de lo que hay detrás de la ciencia y del arte. Tiene sed de lo insondable. Se llama Muhyiddin Ibn Arabí. Delgado, ni alto ni bajo, y vestido con un sayal. La coronilla despoblada, párpados frágiles y cejas negras enmarañadas. Imberbe. En la mano derecha, en la palma y el dorso, y sobre todo en la punta de los dedos, manchas de tinta. El cálamo está en el tintero. El tintero está vacío, seco. La última gota de su contenido acaba de utilizarla Ibn Arabí para escribir la última palabra de su libro Las perlas de la sabiduría. Ha escrito numerosas obras en los últimos años, pero éste es su recién nacido. Está temblando todavía -y el durmiente tiembla con él. ¿Quién, quién llora -llora sin ruido? ¿Las lágrimas son perlas del pensamiento, como el rocío tras una noche oscura: lo último de lo que un hombre ha podido sentir y pensar, y que su pluma no ha podido traducir en palabras? Ibn Arabí se siente vacío, vacío y solo. No vuelve a leer lo escrito, igual que una mujer que acaba de parir no puede volver a tener el mismo parto…”

Preciosa esta última parte.

Como ya hiciese en El pasado simple, la Noche del Poder, la noche vigesimoséptima del mes sagrado de Ramadán, ocupa una parte importante de su novela, es una clave, el punto de inflexión, y dota a ese acontecimiento de un barniz mágico y eterno, una noche de fe, en la que, según la tradición, todos los deseos son otorgados. Pero aquí la arrostra en el momento en el que Mahoma ocupa el lugar que le tiene reservado el Destino.

“…Era la vigesimoséptima noche de Ramadán, a mediados de agosto del año 610 de la era cristiana. Un hombre de unos cuarenta años, vestido con un jaique de lana cruda sin costuras ni mangas, iba al encuentro de su destino. Nada, todavía nada, presentía de ese destino, salvo la inminencia indecible que lo había sacado de la cama y lo empujaba ahora hacia delante, dirigiéndolo inexorablemente al monte Hira. Iba descalzo y con la cabeza descubierta. En lo más profundo de su orgullo y de su nobleza, tenía la íntima convicción de que, del más lejano al más presente, del más grave al más benigno, todos los momentos de su existencia lo acompañaban paso a paso. Más negra de que las tinieblas, una sombra lo precedía y le indicaba claramente el camino. Se había detenido dos o tres veces y había escrutado las tinieblas en torno suyo. Estaba solo, y su cuerpo no proyectaba ni un ápice de sombra. Y la sombra estaba allí, delante de él, parada también, impaciente y conminatoria.

-Se acerca la hora…”

Como bien indica mi admirada Leonor Merino “no se trata de un libro de historia… sino de una obra de pura ficción, aunque verse sobre un personaje formidable: el profeta Mahoma, a quien la obra devuelve su dimensión humana con frecuencia ocultada…”

El hombre del libro, ha sido publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, con traducción del francés de Inmaculada Jiménez Morell.

Sergio Barce, octubre 2020

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Un comentario

  1. No le había prestado la suficiente atención a este libro de Chraibi. ¡Con lo que maravilló El pasado simple!
    Gracias por recordármelo.
    Un abrazo.
    Alberto Mrteh (El zoco del escriba)

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