Abdelkarim Gallab (1919-2017), es un escritor marroquí nacido en Fez. Novelista, periodista, político, fue el editor del diario Al-Alam, órgano del partido Istiqlal. Estudió en la Universidad de Alqarawiyín de Fez y en la de El Cairo, en la que se licenció en Literatura árabe.
Su obra narrativa incluye entre otros títulos Moriré reconfortado (1965), El pasado enterrado (1966), Alí el maestro (1966), Mi amada tierra (1971), La sacó del paraíso (1971), Conozco ese rostro (1971), Siete puertas (1984), La barca volvió a la fuente (1989), Comentarios en el espejo (1994) o La injusta vejez (1999).
Abdelkarim Gallab, además de su labor literaria, ha sido Ministro Plenipotenciario, diputado, Presidente de la Unión de Escritores de Marruecos o Secretario General de la Asociación de la Prensa Marroquí.
La Unión de Escritores Árabes de Egipto incluyó su novela Alí el maestro entre las cien mejores novelas árabes de la historia.
En 1996 apareció Génesis, que en España ha sido publicada por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, con traducción del árabe de Ángel Gimeno. Novela autobiográfica, en la que Abdelkarim Gallab nos hace un minucioso recorrido de su ciclo vital, desde su nacimiento hasta su actividad literaria, pero centrándose de manera especial en su actividad política en las células independentistas marroquíes contra el Protectorado francés y español. En ese sentido, además de su calidad narrativa, Gallab nos regala un documento de primera mano sobre los entresijos del movimiento independentista, la lucha del pueblo marroquí por su independencia y cómo fue ese proceso desde su interior, contado por uno de sus protagonistas directos.
Pero también es una obra en la que las costumbres y tradiciones marroquíes se van entrelazando sutilmente en su relato, sus experiencias en la infancia, el paso por la escuela coránica, el descubrimiento de la adolescencia, la religión, la política, los estudios, la camaradería… Es una obra en ese sentido poliédrica y enriquecedora. Y hay en su pensamiento un arraigo a las tradiciones y a la religión, pero, a la vez, un sentido crítico y un ansia de modernidad que no está reñido con la salvaguarda de lo propio.
“…Puede que no hubiera padre más feliz. Puede que no existiera abuelo más dichoso. Era el primer niño en una familia poco extendida. Un niño viene a ser garante del propio linaje. Una niña fortalece la estirpe ajena. En él confluían la honra del padre y la de la madre. Ambos pertenecían a la misma familia y estaban emparentados por su tío paterno más cercano.
El padre no iba a ver al recién nacido. Se ocupaba de los preparativos que exigía el feliz acontecimiento. No vería a su esposa tras los primeros días del parto. El niño no salió de aquella habitación, cerrada a cal y canto, por miedo a una fatal corriente de aire. La madre, bien abrigada para no coger frío, no abandonaría el lecho hasta el séptimo día de haber dado a luz, día en el que se le pondría nombre al recién nacido. No lo apartaba de su seno, lo amamantaba cada vez que renegaba o se echaba a llorar. Sólo lloraba cuando tenía hambre. Ummi Attalibía no dejaba de visitar a la madre y aportarle caldos para que tuviera más leche y se repusiera; también le llevaba platos apetitosos para que se fortaleciera y regenerara la sangre que había perdido en el parto.
Una inmensa alegría reinaba en toda la casa. Grandes y pequeños desfilaban por la habitación donde estaba la madre y se asomaban a contemplar el semblante del recién nacido. Unos y otros proponían el nombre que les agradaba, aun a sabiendas de que era el abuelo quien guardaba ese secreto y que no lo desvelaría hasta la mañana del séptimo día, en el momento de sacrificar el cordero. El padre y la madre también lo desconocían y quizá ni fueran consultados. El abuelo fue el primer hombre que se acercó a conocer al niño. Le sonrió y le susurró palabras amorosas. Lo aunó al islam musitándole la llamada a la oración en la esperanza de que aquel mismo día quedara grabada en su memoria…”
Cada capítulo es un paso adelante en su inagotable ansia de conocimiento, de apertura a la experiencia, a su búsqueda de la libertad personal y colectiva. Su visión de Tánger, cuando la visita por vez primera, es bastante elocuente.
“…Nuestro amigo acreditó su independencia y madurez cuando por vez primera viajó solo a Tánger, una ciudad que conocía de forma vaga. Era la capital diplomática del Marruecos independiente, libre de la dominación francesa. Una ciudad internacional que no estaba bajo mandado francés o español. Ciudad cosmopolita y plurilingüe en la que circulaban varias monedas y donde la gente se vestía a la europea o usaba chilaba y fez con turbante. Allí había cafés por doquier; automóviles y carros que transitaban por sus calles, incluso por las más angostas. Enclavada entre dos mares, era la puerta del Estrecho de Gibraltar.
Nuestro amigo llegó a Tánger como beduino que recala en el zoco Semmaín. Al bajar del autobús y echar pie a tierra no sabía hacia dónde encaminarse. Tiró por la calle que tenía enfrente. Empezó a preguntar por el Zoco Chico. Un nombre que recordaba. Lo encontró y allí dio con un pequeño café que a él, sin embargo, se le figuró grande. Estaba abarrotado. Los parroquianos, arremolinados junto a las mesas, hablaban por los codos, fumaban cigarrillos y kif en una pipa muy alargada y jugaban al dominó o a las damas. No entabló relación con nadie en el café. Se familiarizó con la nitidez de la pronunciación tangerina, daba la sensación de que vocalizaban como maestros de escuela. Se puso a observar a la gente que transitaba sin rumbo determinado. Se percató de que las tiendas, a pesar de lo avanzado de la hora, seguían abiertas. Cerca del café había una papelería y vio que el dueño estaba colocando algunos periódicos; decidió acercarse y ojeando lo que tenía descubrió un ejemplar de la revista Arrisala. Se la compró, volvió al café y empezó a leerla. Consiguió aislarse de quienes hablaban a voz en grito sin pensar que podían molestar a los demás. Por primera vez se sentaba en un café, en plena calle, sin temor a miradas escrutadoras que pudieran descubrirlo y luego dar cuenta del hecho a su padre. En Tánger se sentía libre. En aquella primera noche había ejercido su libertad. Se había sentado en una mesa del cafetín, estaba tomando un café y leyendo una revista…”
3 respuestas
Interesante y sugerente, me quedo con los dos adjetivos y el nombre del autor – me confieso ignorante – desconocido por mí
Gracias Sergio
Has vuelto a despertar en mí las ganas de nuevas lecturas: Genesis y Alí el maestro
Me alegro, Miquel. Abrazos
Querido Sergio,
me encanta el tema que plantea en Génesis. Hace tiempo que estaba buscando algo así. Sin duda, un libro que ansío leer.
¿Cómo puedes tú devorar tantos libros?
Un abrazo.
Alberto Mrteh (El zoco del escriba)