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LARACHE en Jaquetía – EL DEL PITO PITARÁ, un relato de la escritora larachense SARA FERERES

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En este empeño por no dejar arrumbado ese curioso idioma o dialecto conocido como jaquetía o haketía, y que escuchamos tantas veces a muchos paisanos en Larache, traigo otro  texto de Sara Fereres, maestra de su uso, un texto lleno de giros y expresiones realmente simpáticos. Sin duda, Sara es una mujer con mucho humor y sabe volcarlo en sus relatos. Y además de recuperar ese habla, recupera personajes y lugares de su añorada tierra.

Sergio Barce, septiembre 2012 

Foto: Elisa y Sara Fereres en la Hípica de Larache

El del Pito pitará

por Sara Fereres

Cuando yo estaba alhazbita,  había en Larache un judió que vivía gher de las comisiones que sacaba cuando le pedían  encargos de Tanja. Acostumbraba ir  a mercar mercancía extranjera, porque esa cibdad, era sona franca y no se pagaban impuestos. Munchas de esas cozzas no se podían mercar en Larache, porque las vendían nada más que los Indios en sus almacenes ¡La verdad…! siempre llenos de todo lo weno…, máa su costeee… ¡Era una guezzerá! El judió del cuento viajaba una belhá de bezes en el mes por la CTM, el autocar que salía de la sona francesa con destino a Tánger, pero antes, tenía que pasar por Larache. Los Tettaunis se iban a Tánger pa poder cojjer la CTM, si es que querían ir a la sona francesa, porque este trasporte no entraba a Tetuá. Todo esto que boz contoy, pasó en los tiempos de las guerras, primero la española con el quitado de Franco y la segunda, la mundial. Mismo que las guerras se habían khadeado en 1945, todos los que vivíamos en la sona española, seguimos pasando wuahlás que mejjor mi callar que mi hablar, porque en Sefarad, todo estaba quefseado, no seppais de mal… ¡Who por la quebra en que se quedó! Ya sabrís que Franco era haber del “quitado y mal’logrado se le mehee su nombre que no desseo enmentar”. Y por eso mismo, no quijeron ayudarle los americanos. Wua por eso Sefarad se mehheó en un foyo una belhá de años. ¡Wueno, wa ya me salí del cuento… perdonai”!

Un día de esos en que el judió iba a viajar, cuando estaba enfrente de la ofisina de la CTM llegó uno de sus clientes y le encargó una pluma de esas que enmentan Parker. Esas estilográficas tenían muncha demanda entre los mancebitos que se la ponían en el borsiíto del pañuelo de la jaqueta, zaamá pa darse postín con los amigos y las muchachitas. Discués, llegó una sagenáaa…  con toda la cara pintada como una mascarita debacho del pelo teñido con alheña y meneando el hondón, como las olas de la mar y le rogó al judió  hauritel-lá, que la truchera un par de medias de nilón de marca Kaiser,  que estaban de moda. Además quería un borso de plexiglas trasparente y un cinturón, iwual que´l  borso. Eso era lo más elegante en esos tiempos discués de la guerra… ¡Yahasrá!

Un ratito discués, pareció otro sagén que quería un reloj Dogma. ¡A dezir  verdad,  los ricos no desreaban esa marca… Si no eran Longines, Omega, au Cyma, no se ponían otro. ¡Los Dogmas,… gher pa los empleaditos! Wueno, a todo esto, llegó el chofer y se subió a su luwar en el coche. Los que entabía estaban en la calle y también  iban a viajar, empesaron a subersen y se sentaron y ansina mismo hizo el judió negociante. En esto, alaquí un niñito que venía coriendo coriendo, y empesó a gritar: ¡Señor, señor, espere por favor! Quijjera que mercara pa´mí… un pito. Tome señor y le meqneó un biete d´a bente pesetas. El judió le cojjó, le volteó y le miró bien y se le metió en el borsió de la joha. Entonses, se asomó por la ventana, echó una ghanzrada  a los clientes que estaban esperando la salida del autocar y disho con calma: ¡Ah judíos! ¿Sabís? ¡El del pito, ése pitará! 

¿Entenditis el cuento? El único que pagó el encargo, fue el niñito.

COZZAS DE JUDIOS (2)
GLOSARIO
JAQUETIA ESPAÑOL
Maá Más
Belhá Numeroso
Wahlá Apuro
Quebra Miseria, pobreza
Mehear Enterrar, borrar, eliminar, desaparecer
Enmentar Mencionar
Hondón Posaderas
Hauritel-lá Algo así como, “por amor a Alá (Dios)”
Desrear Valorar, apreciar
Entabía Todavía
Meqnear Entregar
Joha Caftán negro que usaban los antiguos judíos de Marruecos
Ghanzrada Mirada
SARA FERERES DE MORYUSSEF                                    NOVIEMBRE   2004
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10 respuestas

  1. Doña Sara, como todo lo que usted escribe, maravilloso. Y desde luego en jaquetía, muchísimo más. Eso sí, con la ayuda de lo que significan algunas palabras para los que no conocemos este dialecto.
    Un cariñoso abrazo,
    CARLOS

  2. Simpático y entrañable relato… El Haquetía, es uno de esas lenguas minoritarios que ha de preservarse porque como tantas otras -también en minoría- representan las raíces de unos pueblos que añaden un gran valor a todas las culturas existentes.
    Felicito y agradezco a Sara Fereres el hacernos recordar esta singular forma de expresión ampliando así nuestro conocimiento en esa lengua que no nos resulta en absoluto extraña, sino que nos hace revivir momentos y conversaciones que duermen en nuestra memoria.
    Con cariño.

  3. Mi nombre es Simon Bensicsu naci en Larache, hijo de Abraham Bensicsu a quien llamaban Monsieur Abraham Z’L ya que era Maestro de Escuela gran amigo y contemporaneo de Don Elias Fereres Z´L a quien recuerdo con mucho cariño. Me encanta el HAQUETIA, seguimos hablandolo en casa, es parte de nuestra cultura, ademas que ciertas expresiones no se pueden traducir hay que decirlas en su lenguaje original. Con mis mejores deseos en estas Pascuas SHANA TOVA UMEBOREJET- WA CON BIEN ESTEN !

  4. Gracias a todos los que comentaron por el escrito de mi madre…Pepe un abrazo, Carlos igual, Simón se quien eres, eres el padre de Susy, soy amiga de tu hija, vivo en Caracas como tu…y mi madre recuerda a tu padre z`l de Larache, porque tu hija le ha comentado de su abuelo que era profesor como Tito Elias z`l. Y Joanna te conozco de verte comentar en el blog siempre, me alegro que estos relatos escritos por mi madre hace algunos años aun sigan vigentes para los amantes de lo nuestro, de nuestras costumbres y de nuestra Haketia.

    Saludos

  5. Divertido y chispeante, incluyendo ese guiño cómplice al final del cuento. Siempre es un deleite leer sus relatos, Doña Sara; y en esta ocasión lo hago con una sonrisa de principio a fin ante la escena y personajes que tan maravillosamente describe. El haquetía acentúa – mas si cabe – el encanto socarrón del judío mercader.
    Gracias por compartir sus hermosos recuerdos y vivencias.
    Un abrazo.

  6. Mi abuela materna, María Gallardo Callejón, nacida en el año 1891 en Roquetas de Mar (Almería), emigró a Marruecos -con su marido Juan Gallardo Gallardo y sus tres hijos mayores- a inicios de la segunda década del siglo XX. Sus otros hijos, algunos no natos, ya fueron concebidos en Marruecos. El primer lugar de Marruecos donde vivieron fue en una finca de los Duques de Guisa que estos habían adquirido a unos treinta kilómetros de Larache (en lo que luego fue zona francesa del protectorado) y a la que bautizaron con el nombre de “Marif”. Era una pequeña explotación agropecuaria situada en Smira (Gharb), cerca de la pequeña ciudad Bel-Ksiri, situada a unos 15 km. de Souk el Arba y a 25 de Larache.

    Después de un tiempo, se trasladaron a El Kerma, una aldea situada a cinco kilómetros de Alcazarquivir. Finalmente se trasladaron a Alcázar, donde su marido falleció en el año 1944, y donde ella vivió hasta que, a inicios de los sesenta, abandonó Marruecos.

    Trasplantada de muy joven a una cultura extraña (a la que procuró integrarse sin conseguirlo del todo), nunca olvidó, no obstante ello, las costumbres y la idiosincrasia de su pueblo: Su léxico estaba preñado de expresiones características de su tierra y utilizaba, muy a menudo, chascarrillos y refranes andaluces como apoyatura de sus argumentos o digresiones.

    A pesar de los cincuenta años transcurridos en África y los más de treinta vividos en Cataluña, su bagaje cultural había sido construido con los conocimientos adquiridos durante los años de formación de su niñez y adolescencia. Allá donde estuvo, siempre fue almeriense y quizá fuese esa una opción válida, elegida quizá de forma intuitiva, para no dejar de ser nunca aquella niña que jugaba en las calles roqueteras.

    En cuanto podía, usaba como apoyatura de sus explicaciones fabulaciones construidas por el pueblo llano que transmitidas de generación en generación constituían las bases sobre la que se asentaba, en buena medida, el saber popular.

    Esta introducción viene a cuento para significar que la “historieta” que sigue, émula de la presentada por SARA FERERES en jaquetía, era contada por mi abuela “Mama María” cuando quería indicar que para conseguir una cosa no sólo era imprescindible desearla o solicitarla, sino que, si el objeto del deseo valía la pena, se había de hacer un esfuerzo y se tenía que aportar algo propio para obtenerla:

    “Era un pequeño pueblo, alejado en la distancia de la capital de la comarca, donde habitualmente sólo se disponía de las cosas más elementales para satisfacer las necesidades ineludibles de la vida cotidiana. Para suplir esas deficiencias en los abastecimientos de los bienes de consumo, cada cierto tiempo se aprovisionaba por medio de un gran carro a los escasos establecimientos de la localidad con los consumibles más necesarios. Pero los objetos, las ropas y calzados, los enseres y los productos menos imprescindibles, las cosas superficiales, no llegaban de forma reglada a la villa y para conseguir la obtención de las mencionadas carencias se había de recurrir a los servicios del tío Roque, un hombre maduro, dueño de un dócil y robusto mulo de carga, que semanalmente se desplazaba con su burdégano a la localidad cabeza de partido donde compraba, para llevar al pueblo, los elementos que le encargaban los tenderos o lugareños. Los críos de la aldehuela solían solicitarle que les trajese chucherías o juguetes (trompos, canicas, pelotas, etc.) según la época del año que fuese cuando iniciaba sus “expediciones intendentas”. Un día, pareció que lo que interesaba más a los zagales del lugar en aquella “temporada” eran los pitos, unas especies de silbato, silbo o chiflo que los chiquillos hacían sonar a todas horas en algarabía confusa, alborotando todos los ámbitos de la aldea.

    Desde que inició camino en su viaje desde la plaza del pueblo, muchos mozalbetes le fueron haciendo de forma aturrullada y vehemente la misma petición:
    ─ ¡Tráigame un pito…! Tío Roque. Le decía un chico.
    ─ Muy bien, muchacho…─ Decía el “conseguidor” con semblante adusto.
    Y unos pasos más allá, otro le solicitaba:
    ─ Tío Roque… ¿Me traerá un pito?
    Y con la misma parsimonia asentía con la cabeza el interpelado, sin mucha convicción.
    ─ ¿Me puede traer un pito? Le pidió un chaval.
    ─ ¡Cómo no, mozo, como no!─ sancionaba el mulero.
    Casi al final de la calle principal, se le acercó un niño cercano a la mocedad y con gesto educado le extendió la mano en la que reposaba una moneda de cinco céntimos, al tiempo que le solicitaba:
    ─ ¿Será usted tan amable de traerme un pito?, tío Roque.
    El tío Roque, recogió la pieza de dinero miró complacido al muchacho y haciendo un gesto aprobatorio, dijo:
    – Tú pitarás hijo, tú pitarás…

    No pretendo quitar importancia a la labor recopiladora de la “seniora Sara” que me parece, además de interesantísima, elogiable, sino poner de manifiesto la forma cómo la tradición oral popular castellana va extendiéndose y perpetuándose, llegando incluso al haquetía.

    Después de escribir lo antedicho, he consultado en internet y he comprobado que cuentos de este tipo, a imitación de las “Fábulas morales” de Samaniego, existen con profusión en la literatura popular española, anécdotas que, invariablemente, se cuentan como ciertas en innumerables lugares (“El cuento folclórico en la literatura y en la tradición oral”). El que aquí me ha convocado, el «Tú pitarás», más abundante en la vertiente literaria, la inventaría González Sanz en su catálogo aragonés con el número 1595.

    He encontrado muchos más datos al respecto pero, en atención a la brevedad (de la que ya he abusado en exceso), me permito reproducir otra versión del mismo cuento, extraído de una web llamada “Periodista a los sesenta. Aventuras y desventuras de un periodista «mayor»”.

    Se cuenta de un “cosario”, (aquellos recaderos que compraban cosas por encargo), cuyos clientes estaban haciéndole los últimos pedidos cuando este se encaminaba a la feria de Málaga. Todos le decían -tráeme esto, tráeme lo otro-… uno le espetó: –si vas a la feria… me compras un pito-. El viajero contestó con un cabezazo afirmativo. Otro lugareño, más avispado que el resto, le dijo: –toma un duro, con él, me compras un pito- . El cosario contestó inmediatamente: -tú pitarás-.

    Juan Manuel Fernández Gallardo
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