Casi como si se tratara de una continuación de su anterior relato <La bahía de Larache>, Carlos Galea prosigue su recorrido por ésta y ahora nos cuenta una historia personal ambientada en este decorado natural y único. Se trata de una narración corta, breve, de gran sencillez que, por esta misma razón, prende fácilmente en el lector. Está escrita con una soltura elegante, porque un cuento sencillo ni es simple ni es fácil, y Carlos mantiene en <Un baño peligroso> el tono desde el inicio hasta el punto final. Se agradece este tipo de relatos, que nos mete de lleno en la historia, y que nos planta en lugares tan conocidos como entrañables, y que nos recuerde de paso esa forma tan pecualiar del hablar del jaquetía que algunos escuchábamos en la infancia y que otros practicaron en su vida diaria. Vayámonos a la piedra gorda…
Sergio Barce, diciembre 2012
La costa acantilada situada debajo de la Cárcel la bate mucho el mar, estrellando fuertes olas contra las rocas, en las que esculpen salientes puntiagudos, cortantes como cuchillos. Sin embargo, como ya he dicho en otro de mis relatos, este trozo de costa es muy rico en peces, y por ello es frecuentado por los pescadores de caña.
Una mañana de verano llegué a este lugar para pasar un rato pescando, y me encontré a Yacobi, el muy experimentado pescador judío, vecino de mi barrio de Las Navas. Me alegré, porque aparte de que su compañía me era grata, también era enriquecedora por sus consejos y las experiencias vividas que me contaba. Si estaba allí debería obedecer a que la marea era propicia para la caña de lanzar, modalidad de pesca no practicada por él habitualmente. Yacobi prefería la caña fija en aguas poco profundas y en calma. En una ocasión presencié como llenó una canasta de lisas y róbalos en media hora, durante una suave marea creciente cerca de la Piedra Gorda.
Yacobi ya había capturado varias hermosas piezas, estaba de buen humor y no tuvo inconveniente en que me pusiera cerca de él y lanzara mi aparejo. Algo inhabitual, era bastante cascarrabias y no le gustaba que nadie se acercara y pudiera espantarle la pesca. Le ofrecí un cigarro y comenzamos a charlar, sin quitar el ojo de la punta de nuestras cañas, para detectar cualquier picada.
Bruscamente la caña de Yacobi se dobló, y el hilo del carrete corrió hacia fuera, evidencias de que un gran pez había picado. Con habilidad manejó la caña y el carrete con sumo cuidado para que el pez no rompiera, y después de unos minutos de esfuerzos sacó del agua un congrio (llamado en Larache zafío) de unos cuatro kilos. Pero al intentar meterlo en su canasta sin tocarlo por respeto a su peligrosa dentadura, al gran pez, más bien serpiente de mar, se le rompió el labio y cayó dentro de una pequeña poza, de las muchas que habían en aquella repisa rocosa donde nos encontrábamos, de una extensión de unos diez metros de ancha por treinta metros de lado, que hacía de orilla con el mar.
Dejé mi caña y me acerqué rápidamente a la charca. El congrio se alzó sobre si mismo apoyándose en la cola y abrió su boca en actitud defensiva. Retrocedí asustado por la inesperada agresividad del pez, corrí hasta donde estaba mi mochila y volví con la picola que me servía para buscar lombrices de roca. Entretanto el pez se había salido de la poza donde se encontraba, y saltando de una en otra emprendió la huida hacía el borde contrario de la repisa. Corrí detrás, lo acorralé en una de las últimas charcas y le golpeé con mi pequeño pico en la cabeza, hasta dejarlo inerte.
Volví con el hermoso ejemplar de congrio colgando de una mano, y se lo entregué a Yacobi.
No lo aceptó y me dijo:
-Quédate con él, mi bueno, cómo quieres que me lo lleve después del trabayo que te dio el maldito. Menos mal que trajiste ese yerro. Euá, tú lo mataste, tú te lo llevas.
Nuestras conversaciones las manteníamos en “jaquetía”, el castellano antiguo de los hebreos de Larache. Yacobi lo hablaba en todo momento, pues siendo casi analfabeto no conocía el español moderno y le era más fácil expresarse en su lengua materna, la que hablaba en familia siguiendo una tradición ancestral. Yo había aprendido bastante escuchando a mi madre, lo hablaba como ellos, con su acento peculiar arrastrando las últimas sílabas y las eses silbantes.
De una grieta entre dos rocas próximas salía un hilo de humo.
-Óie, Yacobi, ¿miraste el humo que sale de esa piedrá? -le dije .
-Sí, ya lo mirí. Bajaron dos chajems hace rato, y seguro que están fumando grifa -me contestó.
Siguiendo la curiosidad que por mis pocos años me hacía meterme en todos los charcos, como coloquialmente se suele decir, sujeté mi caña por su base entre dos rocas, y fui a asomarme a la grieta por donde salía el humo.
Debajo de las dos rocas, que estaban separadas por un espacio de medio metro al menos, había una amplia concavidad y en ella dos hombres jóvenes vestidos solamente con unos pantalones de deporte, y con los brazos muy tatuados. Legionarios, pensé. Estaban fumando kif, o marihuana como se dice ahora, con un artefacto formado por una botella metálica (así eran las de cerveza en aquellos tiempos antes de aparecer las latas) con un tubo de goma en la parte superior por el que aspiraban el humo del estupefaciente.
Volví a mi sitio, le conté a Yacobi lo que había visto, y proseguimos nuestra pesca despreocupándonos de aquellos dos drogotas. Al rato grande salieron los dos legionarios, mostrando claras señas de la euforia producida por el cáñamo indio. Nos saludaron a gritos, e intercambiaron bravuconadas en su jerga cuartelera.
-¿Que no tengo cojones? -dijo uno de ellos.
Se quitó el pantalón de deporte, se quedó completamente desnudo, trepó a lo alto de una de las peñas erizadas de puntas que bordeaban el mar, y se lanzó al agua con una plancha de gran estilo. Nadó contra las olas dando potentes brazadas y se alejó unos diez metros, hasta que cansado del esfuerzo decidió volver a tierra. Y entonces tuvo el gran problema. Al llegar al pié de la roca de la que se había tirado, aprovechó la fuerza de la ola para subirse a ella, pero no pudo resistir el peso del agua al desplomarse después de chocar, y volvió a caer al mar desapareciendo entre la espuma blanca.
Nuestro susto fue mayúsculo, creímos que se había ahogado, pero afortunadamente volvió a salir a la superficie unos metros más afuera. Yacobi y yo dejamos nuestras cañas y rápidamente nos subimos a lo alto de aquella roca por la que el legionario intentaba trepar. Asistimos a un segundo intento fallido, y en un tercer y desesperado esfuerzo consiguió quedarse agarrado con las manos a los agudos salientes de la peña. Lo cogimos por los cabellos y tiramos hacia arriba, ayudándole a subir y escapar del alcance de las olas, las cuales a un ritmo constante seguían golpeando furiosamente la piedra.
El estado del joven legionario era lastimoso, tenía la parte delantera del cuerpo y las piernas como si se las hubieran apuñalado. Sangraba abundantemente por las profundas y numerosas heridas, y parecía un milagro el no haber dejado sus órganos genitales colgando de las aristas. Después de todo había tenido una gran suerte de salir con vida de aquella estúpida aventura.
La bronca que le dio Yacobi fue tremenda, y también afeó la conducta de su compañero, por no haber movido un dedo en el salvamento y haberse portado como un cobarde permitiendo que un muchacho tan joven como yo se jugara el tipo en su lugar. Se calló ante estas duras acusaciones, y bajó a la cueva para traer la ropa de ambos. Se vistieron y se marcharon.
Desistimos de seguir pescando después del mal rato pasado por la inconsciencia de aquellos dos tipos degenerados, y nos marchamos juntos camino del barrio de Las Navas, comentando la locura de estos jóvenes que se alistan a La Legión con el principal propósito de tener fácil acceso a la marihuana, kif, grifa, hachich, cáñamo indio, porro o como diablos se llame esta droga. Dicen que no es peligrosa ni perjudicial, pero sí es sin duda la puerta para el consumo de otras más nocivas. En aquellos años en Larache se vendía en las tiendecitas del Zoco Chico sin ningún control, como si de té se tratara. Se podía ver al tendero picando las ramitas de kif con un cuchillo en forma de media luna, sentado en el mostrador. Nosotros, los jóvenes españoles nacidos en Larache, no éramos, salvo muy raras excepciones, consumidores de dicha mala hierba.
CARLOS GALEA
16 respuestas
«La valentía» de este legionario no le salió demasiado bien…supongo que se avergonzaría bastante de ser rescatado por alguien mucho más joven que él. Lo que pudo haber sido un divertido día de pesca pasó seguramente a ser un mal recuerdo.
Gracias a Carlos Galea que, con su bello relato, nos hace de nuevo revivir con esos momentos de pesca y olas embravecidas la vida en Larache!
Querido Carlos: Bonito relato, pero hablando de salvamentos, creo que este no ha sido el único que llevaste a cabo en Larache, y en esa playa. Porque a mi me parece recordar que en esas aguas, salvaste en una ocasión a Antonio Salles. ¿Me equivoco?
Efectivamente, a Antonio Salles lo salvé de morir ahogado cuando
nos bañabamos en la piedra «El Trampolin». Veo que has leido mi
libro RELATOS DE UN NIÑO DE LA GUERRA., Describo ese salvamento
en la página 43.
Y en la misma página tambien digo que salvé de ahogarse a una señorita
cuarentona judía, a la que la arrastraba la marea en un correntín de la Piedra Gorda. Y otro día a un camarero marroquí, delgadito y de mediana edad´,
en el mismo sitio, quién no dejaba de decir cuando me veía que yo era su
padre porque le había salvado la vida
YO VIVIA EN LAS NAVAS Y ME BAÑABA EN LA PIEDRA GORDA.NO SE ME OLVIDA, Y NO SOY YA NINGUN NIÑO, QUE UNA VEZ ME ARRASTRABA LA CORRIENTE Y MENOS MAL QUE HABIA UN SALIENTE DE ROCA DONDE ME PUDE AGARRAR Y SOSTENER Y ESCAPE DEL PELIGRO
Exactamente, Sr. Carlos, el kif o Cannabis sativa, lo vendian muchos jebalas, sentados y apoyandose la espalda contra las columnas del zoco Chico. Casi todos estaban vestidos de corta chilaba de lana con pompones de colores y turbante de colores llamado rezza, ademàs de la chachiya o sombrero de paja. Lo vendian, lo mismo que el polvo (taba) para olfatear, en bolsas de papel de cera.
Gracias por el relato, que me hizo recordar muchos acontecimientos similares, sucedidos en la playa de ain chaka
YO ME PARECE QUE CONOCI A ESTE SENOR YACOBI EN LOS ANOS 1940 A 1949. SIEMPRE LE VEIA SUBIR DE LA OTRA BANDA DONDE TAMBIEN PESCABA.TENIA UN CANASTO MUY GRANDE QUE LE PONIA EN SU ESPALDA SOBRE TODO CUANDO LE LLENABA DE PESCADOS. MOJARRAS SOBRE TODO Y LISAS Y ALGUNOS SARGOS.
EN CUANTO A LA ULTIMA FOTO AUI ARRIBA ME RECUERDA MI BARRIO POR EL BARANDILOO. ESTA FOTO TUVO QUE ESTAR TOMADA ANTES DE 1940.LO SE PORQUE EN LAS DOS CASAS BAJAS EN PRIMER PLANO VIVIAN DOS SENORAS MUY POBRES CATOLICAS QUE SE LLAMABAN CONCHA Y FERMINA EL MARIDO DE CONCHA QUE ERA YA VIEJECITA ERA EL QUE VENDIA GAMBAS Y BURGAILLOS AL LADO DEL CAFE CENTRAL EN EL PASAGE DEL TEATRO.MARCEL DE PARIS. VIVA LARACHE.
Hola Carlos, como estas? excelente relato como el anterior que habías puesto, me encantaría saber el apellido de este Sr Yacobi, paisano y correligionario….
Mi madre siempre nos habla del peligro de esa playa y que hasta los mejores nadadores se ahogaron…..como siempre digo, todos estos maravillosos relatos que pone Sergio se los hago llegar a todos esos paisanos, contemporáneos a mi madre que son los que lo han vivido y recuerdan esos años como los mejores de sus vidas….
Un abrazo Carlos y en espera de seguir leyéndote….
Raquel Moryoussef de Fhima
El apellido de Yacobi era AMOR, en este momento me llega el recuerdo
de una hija suya, Mercedes Amor. Le gustaba los juegos de chicos, y
jugaba conmigo al trompo y a las canicas.
Espero que Sergio me publique otros relatos, ya que veo que os agradan.
Un abrazo,
Carlos Galea
En muchos países la venta del Kif o Cannabis es libre, hay personas que la toman como medicamento, supuestamente es buena para el asma…..pero lamentablemente es una droga…mama me cuenta que cuando eran los días de las procesiones a Lalla Menana muchos de los participantes fumaban Kif….los Gnawa…..con su música y acrobacias.
No recuerdo si son los Gnawa o los Issawa los que entraban en trance, dicen que por el Kif.
Los Haddaua eran los grandes fumadores del kif. El nombre de haddaua procede de Sidi Heddi que fue el fundador de esta cofradia . Su santuario se ubica cerca de Beni Aros, Region de Larache. Estos llevaban chilabas llenas de agujeros y de trapos, llevabas barba fina y larga , teniendo el aspecto de Bob Marley
Querida Raquel.. En relación a tu pregunta a la que en parte ya ha contestado Ahmed Chouirdi, tengo que completarte que los haddauas son efectivamente seguidores de Sidi Heddi Aabib y de cuya cofradía efectuó un amplio estudio el filosofo sufi murciano Ibn El Arabi.-Así que figúrate la antigüedad de la cofradía cuyo moussem se celebra en Yebel Alam en el morabito de Mulay Abdeslam en la región de Tetuán y al que tuve el honor de asistir hace muchos años. La costumbre de los haddauas es bailar saltando y cantar o rezar tocando el tambor,Tbel ,aunque raramente flagelándose.
Los aixauias son de la época de Mulay Ismael y fueron fundados por Sidi Mohamed Ben Aissa. Los recordarás por su larga y única trenza que hacen girar al bailar y por las cicatrices del cuero cabelludo que se autoproducen.
Los hammachas de Sidi Ali Hamdouchi son parecidos a los aissauas por sus públicas manifestaciones religiosas con cuchillos, en lugar de piedras y recuerdo en el Zoco Chico como se comían crudos los corderos y gallos que les arrojaban vivos desde las terrazas. etc;. Aunque estos me recuerdan más bien las manifestaciones en las proseciones de los chiitas en Kerbala, en Irán.
Me gustaría aclarar que los seguidores de Sidi Heddi, uno de los sayyed del Magreb que más admiro y cuyo verdadero nombre es El Mehdi ben Mohamed ben Ezzain ben Aviv, que procedía del Tafilalet, solo fuman esporádicamente kif, ya que lo que les inculcó el fundador fue la pobreza, la humildad y el amor al prójimo sin distinción de religiones. A Sidi Heddi le llaman el de la DERBALA
porque vestía una vieja chilaba andrajosa y remendada y también MUL EL Mafateh, por considerársele el amo de las llaves de Sebaatu Riyal. Y andaba descalzo, por considerar, al igual que muchísimas personas que la tierra de Beni Aros era sagrada .
Querida Raquel, estas y muchas más historias relacionadas con Larache y su región las encontrarás en todo un capítulo de mi libro que aparecerá DM la semana próxima «Viajando por el Magreb» en su segunda edición- (Casa del Libro, amazon, etc
Un abrazo
José Edery ..
Marcel Abitbol.»En París de la Francia»
Querido Marcel.
Claro que conoces al señor Jacob Amor, pues uno de sus hijos era de nuestra pandilla de «golfos» callejeros.. Vivían en las Navas, en la calle posterior a la de Mosé Benchluch casi al terminar la callejuela que era de arena, aunque con aceras. En la misma calle vivía una familia Bendayan que no tuvieron hijos. Los hijos eran muy amigos de Anidjar, hijo del holalatero de la Calle Real, que vivía también en las Navas
El Señor Jacob tenía un problema fotofóbico, por lo que la luz fuerte le molestaba mucho en la vista y solía pesca ( profesión de la que vivía toda la familia)r bien muy temprano o bien al atardecer
Su hijo menor Moselito creo que se llamaba quedaba siempre el primero en los concursos de pesca que se celebraban el la otra banda , en el Espigón., y ganó muchos trofeos de pesca en Marruecos, antes de que toda la familia emigrara a Israel.
Hag Sameaj en estas fiestas de Januká
Tu amigo y paisano
José Edery
Amigo Pepe Edery,
No está bien que me hagas la competencia como escritor, en una
página en la que publico un capítulo de mi libro RELATOS DE UN NIÑO
DE LA GUERRA.
Tu amigo y paisano,
Carlos Galea Díaz
Querido Carlos: El salvamento de Antonio Salles no lo he leido, porque Antonio entonces me lo contó personalmente, y es que Antonio y yo eramos intimos amigos. Un abrazo PepeMaño
Querido Pepe Maño:
Lo que me dices confirma que lo que escribo en mis relatos es cierto,
y no producto de mi fantasia.
Un abrazo,
Carlos Galea