Hacía tiempo que mi admirado Pepe Edery no me enviaba nada para el blog, pero durante las fechas del pasado Purim, me hizo llegar este pequeño texto-relato que está lleno de nostalgia y cariño por Larache. La verdad es que siempre aprendo algo con Pepe Edery, y una de las cosas que me transmite este relato, en el que cuenta uno de esos detalles que no se olvidan de la infancia, es cómo en Larache se arraigó esa convivencia entre las tres culturas. En este caso, una tradición judía. Por supuesto, me ha hecho recordar cosas de mi propia infancia o de historias que todos sabemos de nuestros familiares. En concreto, me he acordado de que mi abuelo también me contó que, aun siendo cristiano, cuando falleció su hijo Juanito con siete años, vinieron a consolarlo muchos amigos, hebreos y musulmanes, entre ellos el imán de la mezquita cercana. Sigo pensando que todo esto fue algo mágico y que tuvimos la suerte de protagonizar, igual que Pepe Edery tuvo la suerte de protagonizar esta pequeña historia de la sucá…
Sergio Barce, marzo 2015
UNA SUCÁ EN LARACHE
Vivía con mis padres en Larache (Protectorado de España en Marruecos), en la calle Baleares (ex Pasaje Moreno) que era un callejón peatonal, bocacalle de la calle Chinguiti. En la primera planta del edificio de mi tía Meriam Benchluch Benhamu “Tití”, viuda de su tío el rico indiano, tras sus exploraciones por el Amazonas (Manaos, Iquitos), Simón Benhamú Pimienta. Desde la puerta en el callejón, tras un largo pasillo, se abría un pequeño patio que daba a las habitaciones de mi tía Simy Benhamu (hermana de Simón), de su esposo Isaac Benarroch y de sus hijas las conocidas modistas Hadra y Mery. Del patio arrancaba una escalera que subía hasta mi casa y continuaba hasta la azotea o gag shatuaj como la denominaba tía Meriam “Babá”, hermana de Simy (ver en Internet el artículo “Meshoda de Coco y Babá”, y/o la última edición de mi libro “Viajando por el Magreb”).
La azotea o stah (jaquetía) se comunicaba con los terrados vecinos de los edificios colindantes, separados entre todos por un pequeño muro que servía de poyete a las vecinas para charlar cuando tendían la ropa o cuando subían simplemente para tomar el sol y adrear o hdar (hablar). Azotea que había que alquitranar anualmente las fisuras del suelo y luego encalar por encima del alquitrán, al igual que las de la mayoría de la ciudad para evitar filtraciones en invierno de la lluvia. Y encalar también antes de las pascuas los muros, poyetes y fisuras alquitranadas. Labor en la que los niños solíamos colaborar con la familia. En nuestra azotea había una habitación con cuatro paredes con una pequeña ventana orientada al Faro de Nador y al mar. Pero sin techo pues el que tenía que era de uralita ondulada había desaparecido hacía años tras un vendaval; quizás por mektub o el destino para poder construir una sucá según la tradición. Por lo que era ideal para construir una sucá, aunque tenía el inconveniente que la comida la tenían que subir desde la planta baja. Y como las habitaciones del edificio tenían los techos muy altos, hacía que dos plantas parecían casi cuatro de ahora.
A “tío” Isaac Benarroch (era mi tío político casado con mi tía abuela materna) le recuerdo como un hombre alto, introvertido, serio, muy religioso tradicionalista, cariñoso con los niños (y comigo en particular) y severo en casa. Experto meldador (lector y vocalizador de hebreo litúrgico) trabajaba casi todo el día en su albardería. Era muy respetado por los musulmanes hasta el punto que meses después de su fallecimiento, al enterarse se presentaron en su domicilio en diferentes ocasiones musulmanes de las cábilas cercanas con los que tenía negocios de agricultura, ganado o préstamos. Actuaciones desconocidas por su esposa e hijas, para devolver a estas ante la gran sorpresa de ellas y del vecindario (entonces todo se comentaba y se conocía) las ganancias que les correspondía o el dinero prestado. Todo por el respeto que tenían a Sidi Ishaac. Yo le solía visitar a la salida del colegio de la Alianza Israelita (en la Avenida del Generalísimo) en su albardería colindante con la fachada del Cementerio Judío Antiguo, en la Cuesta de la Torre, detrás del santuario de Lalla Menana, la patrona musulmana de la ciudad (quizás por ello mi afición a los Camposantos). Donde sentado en el suelo junto a su ayudante musulmán me contaba cuentos y anécdotas religiosas de sadikim (“personas justas”); mientras entre el dedo gordo y el segundo metatarsiano del pie derecho sujetaba una larga y gruesa aguja enhebrada con cuerda que insertaba en la albarda y retiraba por el otro lado con la mano. Y como diría el castizo “no perdía puntada” mientras conversaba conmigo con sus cariñosas y precisas frases.
De “Tío Isaac” aprendí y me enseñó muchas cosas durante mi infancia. Entre ellas el respeto a nuestros mayores o el beber la sopa (que yo odiaba) teniendo que besar al terminar el reverso del fondo del plato como señal que no había dejado ni gota. Pero creo que la más importante fue como construir una Sucá: tradición religiosa que continué ya casado en nuestro chalet de Rabat. Cuando se aproximaba en Larache la fecha de Sucot o “fiesta de la Cabaña” como era conocida generalmente por los españoles, compraba de las huertas que habían en el altozano frente a la albardería y detrás de Lalla Menana, unas doscientas cañas en bruto con sus hojas y penachos. Y en un burro moruno (son mas pequeños y nerviosos que los europeos) las transportaba a su domicilio atravesando la Avenida del Generalísimo Franco, la calle o Pasaje Daisuri y la calle Chinguiti.
Ya en la azotea de la vivienda las limpiaba, cortando las hojas y ramas pequeñas que servirían para cubrir el techo; y eligiendo las más gruesas las colocaba de dos en dos en el suelo formando un cuadrado y atándolas. Para ello utilizábamos en lugar de cuerda, hojas de palmera que se entrelazaban y unían. El cuadrado se iba completando con cañas verticales y horizontales entrelazadas formando cuadriculas y cuyo conjunto serviría de techo. Este se apoyaba en cañas dobles en cada esquina, y cada lado se iba completando, al igual que el techo, con cañas entrelazadas pero en sentido inclinado formando rombos, pues daba mayor consistencia y solidez a la cabaña. La parte frontal se cubría parcialmente para dejar un gran espacio como entrada. El techo, que era lo último en construir según las normas litúrgicas, se cubría con ramas. Y sobre todo con las hojas de las cañas y las pequeñas ramas de la parte superior de estas que habían formado como un plumaje blanco; pero dejando pequeños huecos para ver de noche el cielo y las estrellas. También se ponían en el techo hojas y ramas de palmera, y ramas de laurel y de “Dama de Noche” (muy abundantes en los jardines y arbustos que bordeaban la Avenida del Generalísimo) lo que proporcionaban un agradable aroma. Cuatro blancos plumeros de la parte terminal de las cañas se colocarían en cada esquina del techo y que denominábamos hamudim (de hamud, “columna”) simbolizando cuatro columnas que se elevan al Cielo, según me explicaba tío Isaac.
Las paredes interiores de la sucá se cubrían con vistosas telas y adornos, colocándose una mesa en el centro con sillas o taburetes. La adornábamos, en colaboración con mis primos y amigos de la vecindad sin distinción de credos, con cadenetas eslabonadas de papel que recortábamos y colábamos con una cola engrudo que fabricábamos con harina y agua. Me recordaba que primero había que construir las paredes de la Sucá y lo último el techo. Y que este tenía que estar lo suficientemente cubierto para no ser pesulá o invalidado. Solíamos colocar un madraque que serviría para sentarse y de cama a tío Isaac, pues alguna noche dormía en la sucá como era tradicional en algunos; pero en climas menos húmedos que el larachense en septiembre u octubre. Y en el techo colgando de una gruesa caña se colocaba una lámpara de carburo. Para alumbrar de noche y también como simbolizando el Ner Tamid o “Luz Perpetua” del Miqdash (“Templo de Jerusalén”). En el norte de Marruecos el orden en la construcción al parecer no revistió importancia, hasta la llegada a Tánger, Larache y Meknés (en estas dos permaneció años) a principios del siglo XX del rabino polaco Rebí Zeeb Halperim. Quien como socio de mi abuelo paterno Yamín le convenció a este, entre otros proyectos ruinosos, la fabricación de velas “casher” para exportar; y al kahal unas estrictas normas religiosas en la construcción de la Sucá.
Las lámparas de carburo que estamos acostumbrados a ver en las películas de mineros, eran muy utilizadas en mi infancia en casas humildes y en tiendas y tenderetes al aire libre; como en el Zoco Chico o en la Calle Real de Larache. Las lámparas de carburo o acetileno, a pesar de su olor algo desagradable y peculiar, proporcionaba una luz uniforme y cálida. Y tenía la ventaja, a diferencia de las velas o quinqués, de proporcionar un tibio calor y no apagarse con el viento o la lluvia a través del techo de la sucá. Recuerdo que tío Isaac a veces él mismo fabricaba las piedras de carburo de calcio mezclando cal viva con carbón mineral de coque. Y ayudado por su amigo de la hojalatería de la Calle Real “Yaacobito El Latero”, en un recipiente de hojalata con dos compartimentos comunicados con un pequeño agujero imperceptible, ponía en el superior agua y en el inferior las piedras de carburo. Y al gotear el agua sobre este se producía un gas que salía por un tubo inferior y que ardía al encenderla. Solía durar casi toda la noche la mezcla de un kilo de carburo con un litro de agua. Normalmente las lámparas al igual que el carburo se solían comprar en las ferreterías.
A veces mi gran disfrute era acompañarle para dormir subiendo desde mi casa una pequeña colchoneta, aunque mis padres a media noche me solían “recuperar”. El mayor sacrificio era para las mujeres que tenían que subir el almuerzo y cena desde la planta baja, aunque a veces se hacía desde mi casa en la primera planta. Si comer en la Sucá o Suká con la familia, y a veces también con los invitados, es de esos recuerdos inolvidables; los mejores fueron las noches que dormía en la cabaña, aunque solo fuesen unas horas, contemplando o vislumbrando el claro y estrellado firmamento de mi entrañable ciudad situada en la desembocadura del Lukus.
En Rabat todos los años construía “mi sucá” en el patio-jardín trasero que daba a la cocina, con la ayuda del jardinero, de mi esposa Loly y de mis hijos Eva, Sara y Raquel, incluso Sara menor de cinco años. Tuve el honor que la visitaban y comíamos en ella muchos amigos y familiares de Rabat, Casablanca y de Kenitra. Entre ellos los grandes rabinos de Rabat-Salé y de Kenitra, Rebí Zión Aben Danan y Rebí Yahia Benarroch respectivamente, con sus esposas. Y personalidades religiosas de mi familia entre otros los hermanastros de mi abuelo paterno Sidi e Ididia Messas Busidan oriundos de Meknés. Recordar esos momentos y esa sucá o “cabaña” es como volver a vivirlos. Claro que en nuestras neuronas perdurarán esas añoradas cabañas o sucás de familiares y amigos en tierra magrebí tanto en azoteas, balcones, terrazas o jardines. Hasta que el melhoc del Alzheimer las borre o que desaparezcan en el viaje de “la ida sin vuelta al otro holam”.
Dr. José Edery Benchluch, (Larache-Madrid)- 2015, 5775
12 respuestas
Mis agradecimientos Jay Sergio. Un asunto muy importante en donde hay fotos antiguas de nuestra querida ciudad Larache.
Si puedes organizar un encuentro entre Judíos, Cristianos y Musulmanes de Larache.
Querida Mustapha: Eso es una buena idea. Lo hablaré con los amigos y si podemos, lo vamos a hacer, incha al´láh.
Muy bien, perfecto y viva la paz y la tolerancia.
¡¡Me ha encantado el relato de Jose Edery!! Interesante y humano.
Entranable descripción de aquellos años acompañadas de excelentes fotos Gracias
Siempre en muy interesante y ameno en ser Edery en todos sus escritos …Muy bien Sergio
Muy bonito relato José, los mismos recuerdos que conserva mi madre de las Pascuas Judías en Larache….el Sucot era toda una celebración y levantar la Sucá era fiesta para todos….colaboraban adultos y niños, estos últimos haciendo dibujitos y cadenetas para colgar dentro de la Sucá…..
Espero sigas deleitándonos con mas relatos como este.
Y a ti Sergio te diré que la amistad y la convivencia entre las tres culturas es inolvidable para todos aquellos que vivieron en Larache, allí no existían diferencias religiosas, todos respetaban….y había una sincera amistad tanto con el musulmán como con el cristiano, hablo por la parte judía….
Me gustó leer esta publicación….
Saludos a todos
MI QUERIDO PEPE ,
NO SABES DONDE ME TRASLADO ESTE LUZZIDO RELATO SOBRE LA SUCA!!!
NOSOTROS VIVIAMOS EN LA SNOGA(SINAGOGA) DE BENDAYAN UBICADA EN EL BARANDILLO!!
TODOS LOS ANOS, EL «»SHAMASH»» DE LA SNOGA Y UNOS AYUDANTES CONSTRUIAN LA SUCA. ESO ERA PARA NOSOTROS LOS NINOS UN GRAN ACONTECIMIENTO!!! NO NOS MENEABAMOS DE ALLI HASTA QUE LA SUCA ESTABA CONSTRUIDA.!!
TODOS LOS DIAS, SUBIAMOS NUESTRA COMIDA HASTA LA AZOTEA QUE ERA BIEN ALTA !!!
CUANTOS RECUERDOS FELICES Y A LA VEZ MUY TRISTES…..
SANO Y UENO TE QUEDES FERASMAL JOSE.
BELLA
Precioso y emotivo artículo por la añoranza que supone para los que hemos tenido la suerte de haber vivido en Marruecos y haber conocido y disfrutado de esa fraternal convivencia; desgraciadamente difícil de igualar, en ningun otro lugar actualmente, creo…..Ojalá me equivocara!!!
Gracias a Sergio Barce, a mi querido Pepe Edery y a todos los que tienen ese arte de saber transmitir y o publicar con su teclado, estas vivencias tan bellas.
Gracias, Isaac. Y tienes razón, desgraciadamente ya es difícil de igualar. Un abrazo
Hola, mi nombre es Abelardo Salita. Soy argentino, desciendo de familias Barchilón y Hachuel de Tetuan y deseo comunicarme con el Dr.José Edery Benchluch. ¿Es posible facilitarme el contacto?Gracias
Abelardo, le paso el correo electrónico: joseedery69@hotmail.com